Día D
Hoy es el día D de la Democracia, el gran día en que celebramos el triunfo de la palabra sobre la fuerza y la violencia. Tiene que retumbar en el aire el bramido de la barbarie, como un rayo en la noche, para recordarnos que la caverna del pasado acecha con retomar su dominio sobre lo humano. La sangre derramada del inocente nos devuelve más atrás de la Polis, cuando los hombres, convertidos en ciudadanos, decidieron usar la palabra para convencer, rechazando la fuerza para imponer. Y sellaron un pacto para la convivencia basado en instituir un foro de encuentro donde votar las decisiones que afectan a la mayoría y dirimir el desacuerdo y los desencuentros. Para ello inventaron la Democracia, un sistema para resolver las diferencias y decidir quién nos representa y, en nuestro nombre, gobierna la cosa pública. Un sistema tan humano como imperfecto, pero dotado de la grandeza de la esperanza, guiado por la convicción moral de que es posible un mundo menos cruel, bárbaro e injusto.
Actualizado: GuardarEn días como hoy, con el corazón aún encogido por la barbarie, hay que salir a la calle para pregonar la fe en el ser humano, para mostrar con gallardía el orgullo de ser personas, que es tanto como decir ser demócratas. El hombre es hombre en la medida en que es social, porque es la sociabilidad lo que le otorga su condición humana. El ciudadano sólo es posible, como aseguraba Aristóteles, cuando los individuos deciden libremente su destino. Cuando la vida y la muerte las deciden los bárbaros, la democracia sucumbe a su brutalidad.
En la playa de las mujeres hay una pintada que dice «nuestros sueños no caben en vuestras urnas». Me ha recordado mis propias pintadas hace muchos años, cuando creíamos que debajo de los adoquines estaba la playa y que para pisarla sólo había que arrancarlos. Desgraciadamente, la Democracia no es un conjuro mágico, es tan sólo, y no es poco, un sistema para gobernarnos en paz. El menos malo de todos, porque está abierto a los sueños. La única condición es que el camino para cualquier utopía se construye tan sólo con la palabra y unas humildes papeletas.
No voy a nombrar a los bárbaros, porque hacerlo sería concederles carta de naturaleza. Hagamos que en días como hoy, permanezcan en la ignominia de lo innombrable; neguémosles presencia, naturaleza e influencia. Celebremos con alegría la gran fiesta de la democracia, que tuvimos que conquistarla, y mañana, más pronto que tarde, sentémonos en la plaza pública para condenarlos sin paliativos y pedir a nuestros representantes que, sin mezquindades y sin condiciones, concedan todo su apoyo al Gobierno que resulte elegido, para acabar de una vez con ese terror que nos atenaza.
Por ello, es triste tener que constatar una vez más la talla moral de una parte de la clase política, dispuesta a subordinar incluso la muerte de Isaías a su interés electoral. El Lehendakari tratando de ocultar la única causa de su muerte (ser militante de un partido democrático) y la del PP pidiendo ahora la unidad, pero autorizando a portavoces como Astarloa y Martinez-Pujalte, a ensuciar el aire con la vomitiva prédica de condiciones que todos los demás partidos no asumen o insidias sobre pactos y complicidad con los asesinos.
Ellos, los asesinos, han pedido la abstención. El sueño de la paz sí cabe en las urnas.`