TRÁFICO. Los vecinos aún recuerdan cómo la calle era años atrás un hervidero de vecinos y por pasaba «un coche cada dos horas».
Jerez

El Guadalete que llega a las faldas de Jerez

La calle Guadalete adopta el nombre por la proximidad que existe entre la ciudad y el afamado río de la histórica batalla

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Guadalete no es un río. En Jerez siempre ha sido una calle que está cercana al Mamelón, una arteria antigua que en otros tiempos fue entrada al centro de la ciudad por la parte norte de la misma, un hervidero de vecinos de toda la vida, un lugar donde pasaba un coche cada doce horas más o menos: por la mañana para hacer alguna gestión al centro y el mismo coche de nuevo a las dos horas, que iba de vuelta a su casa. Después la cosa cambió. Miguel Llamas, que entró a trabajar en el taller oficial de la casa Vanguard -fabricante español que vendió miles de televisores en color cuando estos aparecieron en el mercado-, recuerda ahora cuando Guadalete no era un río de agua sino de coches. «Entonces había calzada suficiente para que pasaran en las dos direcciones, y además podíamos aparcar en la misma puerta del taller», recuerda. Adiós a las comodidades del pasado. Ahora, encontrar un aparcamiento en la vía es algo así como dar con una nutria en el Sahara o con un escarabajo en el Ártico. Pero el río sin agua existió muchos años antes de que pasaran coches de un lado a otro.

Cuenta la historia de la calle que, antes de Guadalete, se conoció a esta pequeña arteria jerezana bajo el nombre de Piernas. Eran los años en los que formaba parte de los Llanos de San Sebastián. Aparece con este nombre en distintos documentos fechados en 1587. Al parecer, uno de estos documentos, fechado concretamente el día 22 de abril, es una petición al Ayuntamiento de la ciudad de los vecinos interesados en que se empedrase la calle por ser muy pasajera y principal. Puede decirse que la denominación de Piernas le puede venir a la antigua calle por una deformación de Pernías, familia que existió en la ciudad y de la que algunos individuos con dicho apellido pudieron habitar en esta vía. En este sentido, hay que apuntar que consta como patrimonio del antiguo hospital de San Cristóbal las tres aranzadas y media de olivar que doña Mencia Suárez de Moscoso dejó en herencia al centro sanitario con el fin de mantener, con el aceite extraído de estos olivares, la lámpara de la iglesia del piadoso establecimiento. El olivar estaba ubicado, al parecer, en lo que se conocía en aquella época como la huerta de Juan Martín Piernas, que, según consta históricamente, estaba cercana a las bodegas y casa de los señores Garvey Capdepón, y, por tanto, cercano a lo que hoy conocemos como nuestra calle Guadalete.

Hasta el 22 de abril de 1852, y estando de fondo el recuerdo al viejo río que cruza el término municipal, no se bautizó a la calle bajo el nombre de Guadalete, sin que exista un motivo especial, sino más bien como un reconocimiento al conocido río de la batalla.

Del el número doce de la calle Guadalete sale una bocanada de sonidos. No hay corriente porque la puerta está cerrada, pero en sus paredes están estampadas miles de voces dando el informativo. Son cientos de entrevistas, cantidades industriales de música que sobrevuela por los pasillos, horas y horas de radio, de mensajes cómplices a través de las ondas, de micrófonos amarillos y de amor a un medio tan encantador como es el de la radio. Antes de que el número doce fuera el centro neurálgico de la radio, estuvo la frutería de Pepe, que dicen que tenía un material tan bueno que muchos jerezanos de otras zonas venían a comprar los productos del campo. Ahora, las cajas de fruta se convirtieron en mesas de mezclas y en estudios de radio. Radio Jerez, de la Cadena SER, lleva veinticinco años emitiendo la programación desde cinco puntos del dial. Desde Guadalete sale la información, el entretenimiento, la música y los eventos importantes en los que siempre esta conocida y jerezana emisora de radio ha estado presente. A los mandos de un teléfono que no para de sonar está Mercedes López, que guarda puerta. Se lo toma con paciencia y un cierto tono de no sofocación. El estrés puede ser brutal. Conserva todavía recuerdos de la emisora cuando estaba en Caracuel. Pero subimos arriba porque José Manuel Cauqui, que es el jefe de emisiones, está dispuesto a atender al visitante. Comenta que «es un lugar idóneo para un medio de comunicación. Estamos cerca de cualquiera de los grandes focos informativos de la ciudad, y eso es importante».

Por los estudios han pasado voces y profesionales de la talla de Jaime Cantizano, ahora conocido presentador de televisión, Ángel Guitiérrez, que es la voz en off de programas televisivos, Pedro Rollán y Javier Benítez, éste más cercano a las letras de LA VOZ. Sin duda, Guadalete también ha sido y es vivero de reputados profesionales del periodismo formados en la emisora de la familia Ruiz Cortina.

En la calle, una señora que acaba de pasar por la zona de Residencial Cristina afirma que «si quieres saber algo de la calle, ve a la copistería de Petra. Ella sí que sabe». Las fotocopiadoras están ahora tranquilas. Petra charla con María Isabel Llamas, que es vecina de toda la vida. Enseguida acuden los recuerdos. Llamas recuerda cuándo por la calle pasaban más caballos que coches. «Aquí hemos vivido muchas familias. Nada de ser una calle comercial», subraya. Si hay que sacar alguna conclusión, es que «aquí siempre ha habido buenos vecinos, nunca hemos tenido peleas entre nosotros. Podemos decir que hemos sido una familia bien avenida».

Una larga familia que todavía recuerda a Pepa y a su carbonería, a Agustín el relojero, el ultramarinos La Cueva de José Antonio Domínguez, la barbería de Pepe Barrera, el estanco de Alejandro Muñoz, la farmacia de Piñero o la carnicería de Jiménez, de las mejores de Jerez por la calidad de sus productos. En la esquina con la calle Ponce estaba Ángel Quintana, un montañés que montó un gran almacén de patatas donde no paraban de entrar ciclomotores y carricoches.

Y en la esquina con la calle Escuelas, Salvador y el tabanco de vino que venían del barrio de Santiago, de la bodega Cala. Los vecinos recuerdan las copas de brandy viejo, los chascarrillos de los hombres y los cantes tristes cuando crecía la noche y los vapores del vino llegaban a la cabeza. Santiago siempre estuvo delante de la andanada de botas sirviendo vasitos, con su mandil, enjuagando vasos con un grifo sin esmalte por el paso del tiempo.

Así era el río sin agua que pasaba por Jerez. Un Guadalete que se disuelve en el mar del Mamelón. Una calle entregada a los encantos de la ciudad, alfombra privilegiada en la antesala de los tesoros jerezanos.