Planeta flamenco
Una de estas noches del Festival le escuché a un amigo jerezano poco sospechoso de chauvinismo un comentario que, sin faltar para nada a la verdad, retrata con bastante candor a la afición de este pueblo. Para lo bueno y para lo otro.
Actualizado:Estábamos en una peña escuchando compás del de siempre y le comenta este amigo a un huésped de Sevilla: «Anda, que cualquiera escucha a un miarma si Sevilla tuviera este soniquete». Debo decir que el comentario se hizo sin maldad y en el transcurso de una conversación y un ambiente que se prestaban a ello.
El sevillano, que por cierto es muy poco miarma, contestó con muchísima elegancia: «Desde luego, este soniquete es lo único que nos faltaba para que no nos aguantara ni Dios». Esa misma humildad que debiera obligar a los aficionados jerezanos a una autocrítica que aparte nuestra mirada de nuestro ombligo.
Creo que el Festival nos trae cada año motivos más que sobrados para comprobar que hay vida en el flamenco después de Santiago y San Miguel. Escribo esto convencido de que esto es Jerez y que aquí hay que mamar, y que a eso vienen artistas, cursillistas y aficionados, porque Jerez es un privilegio que hay que cuidar.
Por esta misma razón creo comprender que Jerez se engrandece aún más con el aluvión de grandes artistas, excelentes aficionados y nueva savia nacional y extranjera. Que la afición jerezana haría bien en prestar mayor atención a otra formas de flamenco que careciendo de nuestro -bueno soy yo para decir nuestro- indiscutible compás, duende, eco o soniquete, siempre nos enseñan algo que no solemos hacer: levantar la cabeza y mirar.