Los cánones cierran el festival
Lo más clásico de la programación clausura la muestra más internacional sobre el baile
Actualizado:No es la primera vez que le ocurre al maestro de Sanlúcar. «Soy un hombre de muchos defectos, pero de una virtud: la honestidad. Me siento muy mal y no puedo seguir tocando. Espero algún día poder recompensaros tanta generosidad que me habéis demostrado. Lo siento de veras». Con estas palabras se despedía Manolo Sanlúcar, abreviando el repertorio que nos tenía preparado. De esta forma, tan precipitada, se cerraba la edición del Festival de Jerez, en su convocatoria de 2008. La carrera de un maestro de estas características, que tanto nos ha regalado merece respeto y el respeto lleva a la comprensión. Mire maestro, es usted muy grande y me arrodillo ante su arte y si me lo permite, no por la actuación de ayer, sino por toda su carrera. Por ese libro que nos abrió las puertas al ser humano y al artista. Le brindo mi silencio respetuoso. Como aquella vez que la Plaza de Toros de Jerez quedó enmudecida cuando Rafael de Paula tiró la coleta al suelo. El mejor aplauso es a veces el mejor silencio, el que puede llevar a la serena reflexión. Mi abrazo lleno de lágrimas en los ojos, Manuel. Pero no puedo sino abrazarlo aunque traicione no sé qué códigos deontológicos que tienen los compañeros de redacción. No contaré nada. Usted ha querido compartir su alma, la que nos ha llegado, rota, sufriente, sacando sonidos del fondón de la misma, qué importan las imprecisiones, que las escalas no terminaran de salir, que las armonías quedaran a medias y los tiempos muertos. Yo me rindo ante su alma, su alma compartida. Es fácil el aplauso cuando todo está bien y muy difícil el silencio, el que le brindo.
El Festival 2008 es ya historia. Los maestros se encargaron de poner el punto final. Los cánones más ortodoxos tomaron su parte en la función porque todo es necesario; la vanguardia y lo tradicional. Toda brújula ha de tener un norte y a veces este arte lo precisa cuando se experimenta tanto y lo que es peor de los que entorchan la bandera de lo antiguo sin saber dónde pisan.
No es el caso del maestro Eduardo Serrano El Güito, más que digno representante de esa grandiosa escuela que alentó Doña Pilar López. Esa soleá creo que ya ha sido representada en Villamarta un puñado de ocasiones. Pero da igual. No te puedes cansar de verla, de disfrutarla. Con esos recortes tan elegantes, con esa forma de meter los pies, de jugar con el compás de amalgama, exacto y preciso como el reloj que da las horas. Esta obra, ya clásica en el acervo flamenco, es una referencia excepcional.
Como digo, todo en la propuestas de Güito responde a los conceptos más clásicos. Dos voces, tres guitarras. Y una bailaora, Ángela Españadero, haciendo el contrapunto a soleá y farruca con bailes más coloristas como las alegrías y los tangos que rematan el taranto. Lo dicho, maestro es igual a respeto. Que no se pierda.