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ESPAÑA

Votar bajo el síndrome del horror

Los españoles acudirán de nuevo a las urnas conmocionados por la barbarie, aunque confortados por el desprecio unánime a ETA

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Aunque sólo intuida, reconstruida en la mente de los ciudadanos a partir de los testimonios de los vecinos de la víctima, sin duda la imagen de ayer fue la de la viuda y la hija de Isaías Carrasco en una acera de Mondragón, abrazadas al cuerpo agonizante de su marido y padre y llamando por su nombre al pistolero que acababa de dispararle y al compinche que esperaba para darse a la fuga. Asesinos. La crudeza de esa escena y sus consecuencias, el especial abatimiento que provoca el retorno del tiro a bocajarro, que no se vivía en Euskadi desde el asesinato de Joseba Pagazaurtundua en 2003, no sólo han causado un dolor irreparable a la familia del ex concejal del PSE, a sus compañeros de partido y a la sociedad en general, sino que han conmocionado al cuerpo electoral -más de 34 millones de españoles con derecho a voto- a menos de cuarenta y ocho horas de su cita con las urnas.

Lo advirtió el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, poco antes de que diera comienzo la campaña. Las fuerzas de seguridad estaban en máxima alerta ante la hipótesis más que plausible de que ETA intentara reventarla de la única manera a su alcance, matando. Lo hizo cuando asesinó a Enrique Casas poco antes de las segundas autonómicas vascas. Cuando intentó matar a Aznar en puertas de las municipales de 1995. Cuando quitó la vida a Múgica y Tomás y Valiente en los prolegómenos de las generales del 96 y a Fernando Buesa y Jorge Díez antes de las de 2000. Lo había intentado al tender una trampa mortal a los artificieros de la Ertzaintza en Arnotegi y mostrado de nuevo sus cartas macabras con el ataque con bomba a la casa del pueblo de Derio. Y finalmente lo hizo ayer.

No sólo los socialistas, todas las fuerzas políticas expresaban, en privado y desde hace varias semanas, su muy fundado temor de que los etarras consumaran a pocos días de la más importante cita democrática su particular 'vendetta' contra José Luis Rodríguez Zapatero tras el naufragio del proceso de paz y el encarcelamiento de los interlocutores de la izquierda abertzale en las fracasadas conversaciones con el PSE. Al no poder asesinar a quienes estuvieron en la mesa de negociación, ETA eligió al objetivo más sencillo, un trabajador que renunció a la escolta al cesar sus responsabilidades públicas. Porque su meta no era otra que reproducir dentro de sus posibilidades el horror ya conocido e impedir a toda costa que la campaña se cerrase con normalidad.

Logró ETA ayer, sí, dar cerrojazo a los mítines con varias horas de antelación sobre lo previsto. Logró también resucitar el fantasma del 11-M y que volvieran al recuerdo de todos las tremendas imágenes de la masacre en los trenes. Logró que la jornada de reflexión vuelva a teñirse de luto y que los funerales y las concentraciones de repulsa sustituyan al cotidiano y previsible ocio -paseo, lectura, familia- de los extenuados candidatos. El sentimiento general ayer era de consternación al constatar que en un país con un sistema democrático plenamente asentado, próspero y situado entre los más desarrollados del mundo, los ciudadanos acuden a votar por segunda vez consecutiva en generales con la huella fresca de la barbarie en sus retinas.

Pero lo que no consiguió ETA fue reproducir la zozobra de hace cuatro años, la sensación de caminar sobre la cuerda floja, de habitar una caldera en ebullición que se apoderó del país en aquellos días de marzo. Los ánimos estaban, lógicamente, caldeados, y los sentimientos a flor de piel pero la tensión no llegó nunca a desbordarse. Empezando por el presidente del Gobierno, prácticamente todos los líderes políticos interpretaron el atentado como la expresión cruel de la voluntad de ETA de interferir en el juego democrático. Pero a nadie se le ocurrió especular en público sobre los supuestos beneficiarios de la irrupción terrorista en campaña ni buscar responsables más allá de los propios etarras.

Más bien el grito unánime fue el desprecio a ETA y la llamada a llenar las urnas de papeletas contra el terror. Sean las que sean. Con la excepción de algunos hechos aislados -y del comportamiento de los ediles de ANV, que prefirieron ausentarse temporalmente de sus puestos a participar en los actos de duelo por su hasta hace poco compañero- no fueron horas de ira, sino de tristeza.

Unos y otros se cuidaron muy mucho de hacer lecturas políticas y evitaron rigurosamente cualquier posición que pudiera interpretarse como ventajista en aras de la unidad. Zapatero advirtió de que la democracia no admite retos. El PP firmó la declaración unitaria del Congreso, pese a lamentar que no renuncie para siempre a negociar con ETA, algo que, por otra parte, ya exigió tras el doble asesinato de Capbreton. Incluso Ibarretxe prescindió de su habitual coletilla -la que se refiere a la necesidad de impulsar iniciativas políticas pese a ETA- para centrarse en repudiar a la banda. Dieron la impresión de haber aprendido la lección.