ESPAÑA

«Era cuestión de tiempo»

«Era cuestión de tiempo. Sabíamos que venían a por nosotros, que el golpe iba a ser fuerte y que lo iba a recibir el eslabón más frágil de la cadena. Y ha sido Isaías». Con una mezcla de fatal resignación y pesadumbre, un destacado militante del socialismo vasco intentaba mantener ayer la compostura horas después del asesinato del ex concejal del partido en Mondragón. Desde hace varios meses, los dirigentes del PSE-EE vivían en un filo peligroso. Sobre ellos sobrevolaba una sombría incertidumbre. Las noticias que les llegaban no eran buenas: ETA iba a atentar y los socialistas estaban entre sus principales objetivos.

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Sin embargo, la consigna fue no desatar la alarma. El mensaje oficial era que los representantes del PSE sí podían ser víctimas de un atentado, pero como podía caer un policía, un juez, un empresario, un militante de otro partido... Uno de los primeros avisos llegó en Nochebuena, cuando una bomba destrozó una de las casas del pueblo de Balmaseda. No hubo heridos, pero ETA lanzaba la primera señal.

La confirmación llegó días después. El 5 de enero 'Gara' publicaba una entrevista con la banda en la que ésta afirmaba: «Hacemos un llamamiento a los militantes del PSOE para que pregunten a Rubalcaba o Zapatero hasta dónde están dispuestos a llegar en sus prácticas represivas. Los militantes del PSOE deberían reflexionar sobre las consecuencias que acarrean para todos estas situaciones». El portavoz de la organización terrorista se refería a las condenas impuestas a los procesados en el sumario 18/98; suponía la primera vez que ETA amenazaba directamente a las bases del PSOE.

Ya entonces, la cúpula del PSE-EE era consciente de que, tras la ruptura de la tregua y la detención de la mesa nacional, la banda buscaría «venganza». «Y, si pudiese, habría ido a por la dirección», apunta un militante guipuzcoano, que desde hace tiempo estaba convencido de que los sectores más intransigentes de la izquierda abertzale estaban dispuestos a aplicar una lógica «perversa: si vosotros habéis encarcelado a nuestros interlocutores, nosotros vamos a por los vuestros».

Era algo más que una reflexión. Las medidas de seguridad sobre los más destacados dirigentes del PSE se redoblaron. En determinados momentos, la alerta ha llegado al máximo nivel. Alguna de las caras más conocidas de la formación ha evitado dormir en su domicilio varias noches al haber indicios de que ETA estaba a punto de preparar algo contra él. El temor a un atentado se palpaba. En la mente estaban casos como los de Ernest Lluch o Juan Mari Jauregi, partidarios del diálogo que fueron asesinados por la banda.

Aun así, los máximos dirigentes del partido eran conscientes de que ellos no eran los que corrían más peligro. «Pueden cazarnos. Pero ETA no es la de antes y es difícil que tenga capacidad para preparar un gran atentado. Nosotros estamos blindados, el problema lo tenemos en los pueblos pequeños porque es imposible proteger a todo el mundo», sostenía uno de ellos.

Y ETA lo sabía. Un antiguo miembro de la dirección del PSE resumía ayer con una simple pero dramática frase lo sucedido en Mondragón: «Querían un socialista y lo han encontrado».

«Bajando el escalafón»

La seguridad de los cargos del PSE -como del resto de partidos- se establece por niveles. El más alto lo tienen los principales dirigentes, así como parlamentarios o concejales a los que se considera más vulnerables, bien porque se tiene constancia de que ETA les tiene en su punto de mira o porque viven en «zonas de riesgo»: municipios de tamaño medio con una presencia importante de la izquierda abertzale. Como Mondragón.

El PSE obliga a todos a llevar escolta. Ninguno puede renunciar a ella. Pero Isaías Carrasco ya no era cargo público y había renunciado a la protección. «Esto es una locura. Han ido bajando el escalafón hasta encontrar a alguien a quien no podíamos proteger porque ni él mismo quería».

Guardia bajada

Pero lo cierto es que el hecho de que hubiesen pasado más de siete meses desde la ruptura de la tregua sin haber un atentado personal premeditado había provocado que algunos militantes bajasen la guardia. «Hemos tenido que dar algún 'toque' para que la gente no se relaje», afirma un miembro del PSE, comprensivo en cierta medida con la actitud de algunos de sus compañeros: «Ir con escolta todo el día es muy complicado. Es muy fácil hacerse falsas ilusiones».

Lo sucedido ayer es un golpe que el socialismo vasco tardará en digerir. El atentado puede provocar que la red que estaba tejiendo la dirección del partido para ampliar su implantación en los municipios vascos -lo que en las últimas elecciones locales le había reportado buenos resultados- se resquebraje. «No sé. La respuesta tras lo de Balmaseda fue muy buena, pero esto es distinto.

¿Quién va a querer colaborar con nosotros en estas condiciones? ¿Quiénes van a ser los siguientes? ¿Los que nos votan? Así es imposible, qué quieres que te diga, tampoco hoy estoy para hacer muchos análisis», matiza con rabia un dirigente del Partido Socialista de Euskadi.