Opinion

Campaña mejorable

La campaña para la elección de los diputados y senadores que conformarán las Cortes Generales termina hoy como culminación de un largo período de tensión electoral que en realidad dio comienzo el 14 de marzo de 2004. Estas últimas semanas han sido, en gran medida, la síntesis reiterativa de una legislatura extenuante por los momentos de crispación que la han jalonado. En cualquier caso, su balance ofrece aportaciones de interés junto a evidentes carencias. Las propuestas programáticas han adquirido una relevancia sin precedentes, obligándose los partidos a discutir internamente y ofertar un amplio catálogo de iniciativas que puede haber contribuido a un cierto cambio respecto a una cultura política eminentemente ideológica. Pero esta contribución positiva de la campaña ha ido acompañada de excesivas muestras de improvisación, e incluso de una abusiva utilización de datos que no siempre han aportado una visión fiel a la realidad, generando no poca confusión en la opinión pública. Los dos debates televisados que han acaparado la atención ciudadana han reflejado esa misma ambivalencia. Además, siendo el cara a cara entre los dos principales candidatos una oferta ineludible para próximas ediciones, es cierto que ha podido restar notoriedad a otras manifestaciones de la campaña.

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La ciudadanía cuenta con un abanico creciente de canales de información y expresión gracias a las nuevas tecnologías. Pero, aunque parezca paradójico, ésta ha sido la campaña en la que más se ha hecho notar el atrincheramiento de candidatos y partidos detrás de sus estrategias de comunicación frente a las que la mediación periodística ha quedado relegada. Es un mal que afecta a la proyección pública de toda la actividad política. Una preocupante tendencia hacia un exhaustivo control informativo que sin duda pone a prueba la independencia y profesionalidad de los medios. Pero antes que nada emplaza a partidos e instituciones a una mayor transparencia y disposición a atender los requerimientos de la prensa. Los resultados del domingo certificarán si la ciudadanía se muestra permeable al acento bipartidista que ha adquirido la campaña. Pero es indudable que la carencia de formaciones realmente alternativas a la hegemonía de los dos grandes se ha visto aun más acusada por la polarización entre Zapatero y Rajoy.

En la etapa final de la campaña andaluza ha quedado de manifiesto el ensombrecimiento previsible de ésta debido a la convocatoria conjunta con las elecciones generales; una decisión táctica del presidente de la Junta que responde a la lógica de los cálculos electorales pero no beneficia la visibilidad del debate autonómico. Se ha perdido así una nueva oportunidad de proyectar la agenda de Andalucía contribuyendo a suscitar mayor comprensión hacia sus problemas reales y un mejor conocimiento de sus lastres históricos, deshaciendo tópicos cada vez más lejanos en el tiempo. De hecho, la amplia cobertura del pulso ante las elecciones generales con más tensión de la última década ha relegado la información andaluza a un segundo plano incluso en la propia comunidad, mientras que en el resto de España pasaba a formar parte de lo anecdótico.

Si la campaña de las elecciones generales se ha convertido en el epítome de una legislatura agotadora en la que la crispación se ha impuesto a la lógica del consenso y los pactos de Estado, en Andalucía se ha desplegado una síntesis de las dos décadas de la hegemonía socialista liderada por Manuel Chaves desde 1990. Ante el abanico de radiografías sociométricas en las que conserva intacta su poderosa musculatura electoral, los rivales golpean una y otra vez contra ese dique sin provocar su desgaste. Eso ha propiciado de nuevo una campaña de maximalismos más que de ideas concretas o propuestas articuladas. No obstante, el tono general esta vez ha tenido menor nivel de crispación, con seguridad por un cambio táctico en el PP al explorar cuotas de indecisos moderados y abstencionistas. Salvo en la recta final, con algunos excesos para tratar de agitar el mapa electoral bajo la presión de las encuestas, el duelo bipartidista se ha mantenido en los cauces lógicos del atrincheramiento preelectoral mientras IU y CA trataban de encontrar su hueco en ese esquema dual.

La campaña en Andalucía se ha desenvuelto en un pulso entre el discurso del cambio y el de la confianza. Más allá de propuestas singulares y no muy diferenciadas, Arenas ha centrado sus mensajes en el progreso sin convergencia que mantiene a Andalucía en la cola de los rankings de desarrollo; y Chaves ofrecía la seguridad de ese desarrollo constante que ha transformado la realidad andaluza de manera extraordinaria. En el punto culminante del cara a cara celebrado en esta campaña, Chaves hizo prevalecer la seguridad que le da el respaldo continuado de una sociedad a la que no se puede acusar de acrítica tras constatar su flexibilidad en las municipales o el referéndum del Estatuto. Ahora es el momento de que la ciudadanía se pronuncie en las urnas