El verbo en la bodega

La bodega: una lección continua de flamenco

Los asistentes a las tertulias de la bodega de San Ginés aprenden cada día algo más sobre este arte

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Mira que se pueden aprender cosas en una bodega y si alguien no se lo cree, que le pregunte a los extranjeros que pululan por San Ginés cada mediodía desde hace dos semanas, copita en mano. Precisamente ésa es una de las cosas que mejor y antes aprenden: a tomar vino de Jerez. Lo hacen con tiento, con calma y alternando los sorbitos con las almendritas que dispone el Consejo Regulador como todo buen anfitrión que se precie. Aprenden a distinguir el vino fino del oloroso, a paladearlo y a echar la cantidad justa en el catavino aunque a veces eso no les impida servirse un poquito más y darle más alegría al cuerpo. Lo cierto es que algunos de ellos saben ya más que uno que haya nacido en la calle Larga y se dedique con frenesí al combinado con coca-cola.

Pero el aprendizaje festivalero no es sólo patrimonio de los foráneos sino que todos aprendemos algo, sobre todo, los más novatos. Además de la función primordial de presentar los espectáculos de la programación, las tertulias de la bodega enseñan cada día una poco más a todos. Por ejemplo, el respetable ha podido conocer a lo largo de la edición de este año por qué hay pocas actuaciones flamencas en el norte de España, por qué es importante que un cantaor sepa proyectar la voz o cuál es el origen de las peinetas que las bailaoras (y las que se visten de gitana para la Feria del Caballo cada primavera) se adornan el pelo. Por cierto, si alguien se perdió aquello, fueron los sumerios los que empezaron a utilizar las peinetas hechas de hueso o de metal.

Hay algo en lo que la mayoría de los aficionados al arte jondo, por no decir todos, están de acuerdo: nunca se termina de aprender sobre flamenco. Y si las tertulias de la bodega de San Ginés, sobre todo, las segundas partes (presentaciones de libros y proyectos) contribuyen a ampliar conocimientos, pues mejor que mejor. Todo sea por la cultura.