Lo que vale un voto
Yo fui una de las que me pasé a ver CSI la noche del lunes. Traté de ver el debate, el cara a cara entre nuestros magnéticos líderes, pero con un par de turnos de intervención ya me di cuenta de que volvería a ser un diálogo de besugos, que cuando hablaban de precios, de hipotecas y de paro lo hacían desde una lejanía demasiado evidente y caí en la redes del introvertido pero genial Grissom: le soy fiel hace años, y a diferencia de los políticos él nunca me ha decepcionado.
Actualizado:No me han gustado los debates electorales de estos días, sobre todo porque soy enemiga acérrima del bipartidismo electoral, ése que impera en los EE UU y que polariza la democracia en el blanco y el negro olvidando que hay más gamas de colores y dejando por el camino a muchísima población que no se siente representada por esas mayorías abusivas y soberbias.
De cara a la cita con las urnas del domingo sólo tengo dos cosas claras: que no me gusta nuestro sistema electoral, pero que pese a todo voy a ir a votar, como siempre, a los de siempre. Me lo tomo tan en serio que fui una de las pocas que lo hice incluso en aquel referéndum sobre algo tan abstracto como la Constitución Europea.
Pese a todo, sigo dándole vueltas a lo que me desagrada de las elecciones, al hecho de que todos los votos no valgan lo mismo, a que votar en Cádiz contabilice menos que hacerlo en Soria, a que haya fuerzas políticas que con un enorme colchón de papeletas a su favor que las aúpan entre las primeras en sufragios apenas tengan luego representación política y a que haya comunidades con presencia indefinida de sus nacionalistas en el Congreso pese a que otras, como la andaluza, nunca han podido arañar un escaño por esa injusta Ley D'Hont. ppacheco@lavozdigital.es