Excusas y frustraciones
Uno de los peligros que acechaban a la campaña de Mariano Rajoy era el daño que pudieran infligir a sus opciones la insistencia en el error en las filas de su partido. El presidente del PP logró a duras penas ponerse a salvo del fuego amigo en las semanas previas al inicio de la campaña, cuando las zancadillas entre Aguirre y Ruiz-Gallardón pusieron a prueba la fortaleza de su liderazgo y cuando las desafortunadas afirmaciones de Arias Cañete sobre los inmigrantes trivializaron uno de los ejes de su estrategia electoral. En aquellos días, la nota de la Conferencia Episcopal orientando el voto de los católicos ofreció la excusa a los socialistas para explotar uno de los asuntos -sus controvertidas relaciones con la cúpula eclesiástica- que más movilizan al electorado escorado a la izquierda. De ahí que la elección de Rouco Varela al frente del episcopado español no sólo reflota en el tramo final de la campaña una controversia que incomoda los intereses de los populares. La propia designación de quien se ha identificado y ha sido identificado como uno de los obispos más críticos con la actuación política de Zapatero parece dar argumentos a quienes piensan que la cita con las urnas ya está decidida; y que lo está a favor del candidato socialista.
Actualizado:De hecho, el nombramiento de Rouco ha dado la oportunidad al líder del PSOE para realizar un gesto de conciliación institucional más propio de quien dirige el Gobierno que de quien, como aspirante, había asegurado hace apenas unos días que pensaba poner «los puntos sobre las íes» en su relación con los obispos. Ambas declaraciones se ajustan a la lógica de dos momentos diferentes de la campaña. Aunque el presidente es consciente de que debe mantener la tensión entre su militancia agitando el temor al regreso de los populares, su actitud ayer fue la de quien, una vez superado el trance de los dos debates, parece del todo dispuesto a ensanchar la ventaja que le otorgan las encuestas. Mientras su rival se dolía de haberse entrampado en dos asuntos -la guerra de Irak y el 11-M- ya juzgados por los ciudadanos, en un rapto de sinceridad posiblemente insuficiente para reconducir el rumbo de cuatro años de férrea oposición, Zapatero se reunió con jóvenes para proyectar la impresión de que aún queda campaña. Lo bastante, al menos, para dar un último arreón al electorado que le permita vencer más ampliamente de lo que le auguran los sondeos.
A pesar de que la campaña se ha planteado, con una nitidez insólita, como un cara o cruz excluyente entre ambos candidatos, su ajustado desarrollo les ha proporcionado justificaciones para aliviar sus respectivas frustraciones. Porque resultaría frustrante para Zapatero no ver revalidada su mayoría con algo más de holgura tras una legislatura con decisiones tan comprometidas, aunque pueda encontrar en la resistencia del PP hasta el mismo momento de llegar a las urnas la excusa para exaltar el triunfo obviando esa decepción. Pero aún más frustrante sería para Rajoy volver a perder, incluso cuando pueda escudarse en los perjuicios que le ha causado el fuego amigo.