Ni en 'El shema'
El año pasado yo escribía esta misma columna, en este mismo velador del bar Shema, en la sobremesa de la comida... pero una hora más tarde. Este año, en mi horario habitual, me tengo que pelear por una mesa,y uno ya no está para peleas ni le da la gana cambiar de sitio. Al parecer el sentido común ataca antes a los foráneos que a los locales, porque aquí se cocina igual de bien y el menú no ha bajado de precio. Sin embargo hace un año, quitando a la gente de El Pipa, uno podía relajarse y descansar un par de horas del ajetreo del Festival. Este año es imposible (y a Dios gracias que aquí no se canta ni se baila, que ya sería el colmo) comer sin estar rodeado de camaras fotográficas o guitarras.
Actualizado: GuardarParece que el negocio, la estupenda invasión económica y humana del Festival, ha llegado por fin a la clase media de la hostelería jerezana. Esa clase media que intenta ganarse honradamente las papas dando de comer a un precio razonable, combatiendo en ese espacio que media entre la clavada y el bocadillo de chopepó. De beber ni hablamos, porque es imposible, no ya en Jerez, en este país, salir a tomar una cervecita con menos de doscientas pesetas*.
Nos hemos mal acostumbrado peligrosamente a que sea una excentricidad comer en la calle por menos de cinco mil pesetas por barba, a pagar tres mil pesetas por unas lonchas de jamón o caña de lomo de dudosa reputación. Los jerezanos, ya en tiempos de la peseta, éramos bastante propensos a tragar por todo, a apoquinar la intemerata a un sieso que te tiraba los platos desde lejos y te hablaba de tú. Las cosas del famoso señorío. No voy a dar nombres porque me lo han prohibido mis asesores legales.
Vienen tiempos de apretarse los machos y parece de recibo que ganen audiencia negocios como éste, y yo me alegro una barbaridad por los dueños. Pero el caso cierto es que a mi me han jodido el spá.