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Tribuna | Estadísticas y encuestas

Vicerrector de alumnos de la Universidad de Cádiz y profesor de estadística en la Facultad de Ciencias del Trabajo

David Almorza Gomar
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El escritor H. G. Wells, conocido especialmente por sus libros de ciencia ficción, escribió que «el pensamiento estadístico será un día tan necesario para el ciudadano eficiente como la habilidad para leer y escribir»; y puede que ese día esté cerca porque a diario nos inundan con resultados estadísticos: estadísticas deportivas tras los partidos, prospectivas sobre el cambio climático... Todos los días aparecen en las páginas de LA VOZ gráficos que representan los más diversos datos, y son habituales acompañando a casi cualquier información.

En los trabajos de investigación, es obligatorio presentar una justificación estadística acompañando a los resultados que se quieran plantear, porque aporta una garantía de validez imprescindible. Pero este recorrido que ha hecho de la estadística una herramienta indispensable en casi todas las ramas del saber, no ha estado exento de situaciones jocosas que, sin desmerecer la importancia de esta disciplina, han contribuido a cuestionar su validez.

Se atribuye a Disraeli la frase «hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas», que luego aparecía ilustrada con ejemplos simpáticos en los que la media aritmética se presentaba en condiciones en las que la dispersión de los datos la invalidaba (el estadístico es la persona que, con la cabeza dentro de la nevera y los pies en el horno, es capaz de decir que la temperatura media es ideal, por ejemplo).

En caso de una operación quirúrgica, hay que acudir a un médico, y ante un juicio, hay que ir acompañado de un abogado. Nunca dejaríamos que un abogado nos operara de apendicitis, y viceversa.

El mismo esquema se reproduce con los estudios estadísticos, actividad que debe dejarse a los profesionales.

La informática ha empeorado la situación. Si enseñamos a un niño pequeño el funcionamiento básico de un martillo, enseguida pensará que todas las cosas son martilleables, y causará destrozos en casa. Si introducimos datos en un ordenador, el software estadístico realizará las operaciones que se le ordenen, pero obtendremos resultados absurdos, y sin validez estadística.

Las encuestas electorales también tienen una historia negra particular. Las previsiones sobre los resultados electorales se venían haciendo mediante el sistema de encuestas, prensando que sería más fiable cuanto mayor fuera la población encuestada.

Con este principio, Li-terary Digest realizó una encuesta para las elecciones presidenciales de 1936 en Estados Unidos a la que contestaron 2.400.000 personas, dando la victoria a Landon. Ese año George Gallup realizó una encuesta electoral a 50.000 personas, pronosticando la victoria de Roosevelt, que fue al final el ganador. La diferencia estaba en la obtención de la muestra. Mientras Gallup empleó técnicas de muestreo para obtener un tamaño representativo de la población, Literary Digest tomó como referencia el listín telefónico, que contenía a los diez millones de personas que entonces tenían teléfono en Estados Unidos, y otras similares, es decir, una muestra que no era representativa de la población.

Hoy día, con unas elecciones próximas, el rigor del método estadístico empleado está probado. Los primeros resultados los presenta el CIS, en una encuesta sobre intención del voto (LA VOZ, 16 de febrero) realizada entre el 21 de enero y el 4 de febrero. Se trata de la intención de voto que hay en esa fecha, antes del inicio de la campaña electoral.

Para los partidos políticos supone el punto de partida en el que se encuentran, y durante el periodo de campaña debe conseguir mejorar cada uno su propia intención de voto. Los sondeos electorales que realizan durante la campaña las diferentes empresas del sector, vienen a indicar cuál es la intención en cada momento, y a los partidos les proporciona una información importante sobre cómo están desarrollando su campaña.

Las circunstancias especiales que se produzcan durante este periodo (como ocurrió en las elecciones del 2004), y los mensajes que se envíen a los ciudadanos, tienden a provocar más un aumento de la participación que un cambio en la intención del voto.

Aún así, es bastante frecuente comparar estos sondeos con el resultado del día de las elecciones, como esos videos de primera en los que la gracia final está en el descalabre accidental del protagonista.

La situación es comparable a un partido de fútbol, en el que a pesar de las apuestas todos esperan que su equipo gane, incluso contra pronóstico. La diferencia es que en las elecciones cada votante puede contribuir con su voto al resultado final, pero para el espectador del encuentro no es tan fácil. El partido no acaba hasta que el árbitro pite el final, en este caso en forma de recuento definitivo.