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Opinion

Cierre de campaña

(viene de la Portada)

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Sin embargo, ninguno de los dos candidatos varió sustancialmente la jerarquía de sus argumentos. Sólo el orden de las intervenciones permitió al líder socialista actuar como presidente mientras las réplicas de su rival le conferían esta vez el papel de aspirante. Aunque de nuevo ambos dirigentes dejaron traslucir una animadversión mutua que contuvieron con dificultad. Sólo por breves momentos parecieron esforzarse en llegar a los indecisos; en motivar a aquellos que pudieran inclinarse por la abstención. En este sentido, una de las incógnitas que se abren ante el 9-M es si la preocupación que viene mostrando el Partido Popular sobre las dificultades que atraviesan las economías familiares más modestas, y sobre los perjuicios que para esos mismos sectores puede acarrear la «inmigración desordenada» denunciada por Rajoy, contribuirá o no a ensanchar las bases sociales del voto popular.

Un cara a cara se dirime siempre en términos de credibilidad. Pero los dos candidatos se excedieron en el cruce de acusaciones de engaño y falsedad sin percatarse de que al pronunciarse en esos términos podían contribuir al descrédito del propio ejercicio de la política por parte de quienes se disputan el poder. La credibilidad de los candidatos y de los partidos no es algo que estos puedan negarse o concederse mutuamente. Refleja la percepción que la ciudadanía va teniendo de una trayectoria que insufla mayor o menor confianza en la sociedad. La discusión que Zapatero y Rajoy mantuvieron ayer entre el «compromiso de apoyar al gobierno sin condiciones en la lucha antiterrorista» del primero y la condición expuesta por el segundo de que el gobierno no pretenda negociar con ETA pone a prueba, ante el 9-M, la credibilidad y la confianza que suscita cada una de las alternativas. Pero sería un grave error que el hasta ahora presidente tratase de convertir los comicios del domingo en una suerte de plebiscito sobre la manera en que él ha gestionado la estrategia respecto a ETA, olvidándose de que junto a las descalificaciones recibidas ha sido merecedor de críticas más que fundadas.

La liza continuada entre las dos grandes formaciones, lejos de favorecer las opciones de terceras fuerzas, ha acabado fortaleciendo el bipartidismo. De manera que bien podríamos encontrarnos ante la paradoja de que la implacable confrontación a la que ayer asistieron millones de españoles facilite las cosas a quien salga vencedor de las urnas, sencillamente porque si la suma de PSOE y PP incrementa los escaños que ambos alcanzaron en 2004, y aunque la distancia entre ambos se acortase, el debilitamiento de las formaciones menores acabaría concediendo al ganador un margen de maniobra con el que no ha contado el gobierno socialista durante estos cuatro años.