Por acción u omisión
En 2002, un tribunal de EE UU se descolgó con una polémica sentencia que, visto lo visto, era el sólo la punta del iceberg. Un chaval de 23 años, parapléjico como consecuencia de un grave accidente de tráfico, consiguió que el gobierno le indemnizara por «no haber informado lo suficiente sobre las posibles consecuencias de conducir en estado de embriaguez». Más allá de las peculiaridades del sistema judicial americano -tan surrealista y peliculero-, el caso encierra una moraleja evidente: el ser humano ha desarrollado una vergonzosa capacidad para eludir la responsabilidad que tiene sobre sus propios actos.
Actualizado: GuardarLas empresas tabacaleras invierten un 30% de sus beneficios en asesoría jurídica. Todavía Ya se imaginan por qué. Macdonals tuvo que fabricar 26.000 avisos de Suelo mojado después de que una gorda aburrida y renqueante les ganara un pleito. Un japonés denunció a Lyxn porque en las instrucciones del microondas no se especificaba que no podía utilizarlo para secar al perro.
Es curioso cómo, también en las relaciones humanas, cada vez es más frecuente encontrarse con gente que hace cosas moral o profesionalmente reprochables, y luego busca las excusas más peregrinas para autojustificarse: «No pude evitarlo», «No estaba de acuerdo, pero era mi obligación», «Este mundo es de esta manera», o -mi favorito- «Yo es que soy así», que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Entre los que se comportan como niños que niegan su propia conciencia y los que logran abstraerse por completo de los mínimos valores exigibles a un hombre (honradez, verdad, integridad, responsabilidad), lo cierto es que hay que salir a la calle con miedo.
Cualquiera, en un momento dado, te propina la gran puñalada trapera del siglo XXI, y luego, para salir del paso, no tiene más que refugiarse en un «fue sin querer» de los de la guardería. Pregúntenle, si no, a Zapatero. dperez@lavozdigital.es