El otro festival
En muchas ocasiones, cuando me han preguntado por los aspectos más interesantes del Festival de Jerez, no he dudado en destacar la rica convivencia que se establece durante el mismo. Cierto es que su proyección internacional es importante y que los criterios de calidad de la muestra, tanto en los cursos formativos como en los espectáculos que se organizan, es inmejorable. Pero, junto a estas hay un ámbito que me parece especial y es el formidable intercambio de vivencias con artistas, profesores y visitantes de más de cuarenta países.
Actualizado:En los doce años que llevamos de muestra, se han vivido momentos excepcionales que se producen en el trasnoche, cuando muchos de los artistas no tienen ningún reparo en compartir sus cantes con la animada parroquia. Así, por encima, recuerdo algunos pasajes de gran intensidad, como aquella noche en el Centro Cultural Flamenco Don Antonio Chacón con Miguel Poveda, Luis el Zambo, Moraíto y Javier Barón, quienes estuvieron hasta el alba haciendo gozar a los presentes con una animada fiesta flamenca. Y qué decir de aquella aparición, hace justo dos años, de Juan Moneo El Torta en el Bar El Colmao, que regenta, con todo el arte del mundo, Carlos Grilo. Este año hemos vivido otra noche inolvidable. Resulta que, tras su actuación del pasado día de Andalucía, Miguel Flores Quirós Capullo de Jerez se dejó caer con los suyos por dicho establecimiento. Antes el asombro de propios y extraños, muchos de ellos de países extranjeros, Miguel se arrancó por bulerías. Primero, dentro del local y un poco más tarde en plena calle. Momentos antes, en la bodega de Los Apóstoles de González Byass, la entrada había costado 20 euros y, en su propio ambiente, Capullo estaba regalando arte a raudales con esa expresión originalísima y ese compás estratosférico que tiene el de la Asunción. Imaginen cómo volaban las cámaras y los móviles para capturar el momento. Y es justo a las cinco de la madrugada cuando se produjo una imagen increíble. Por calle Arcos, circulaba un camión de señalizaciones de calles. Observan el fiestón que se estaba produciendo y ni cortos ni perezosos, los operarios se aparcan el vehículo y con sus uniformes fluorescentes se bajan y se ponen a hacerle compás al cantaor ante las miradas atónitas de todos. ¿Qué arte! Estas cosas también hacen grandes a los Festivales. Sin duda.