El verbo en la bodega

En el norte no repiten por principios

Una 'espontánea' explica por qué «de León para arriba» cuesta tanto colocar un espectáculo

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Los naranjos, que revientan de azahar a primeros de abril, le están haciendo el juego a los bares, a las nórdicas y a los cazadores de estampitas. Las mañanas de San Ginés, plenas de sol y de flamencura, huelen a primavera blanca, como la flor del cidro, e invitan a departir entre las columnas pálidas del patio, cuando la concurrencia apura el oloroso y escapa de las sombras umbrías de la bodega, con mal disimuladas ganas de entregarse al vino y a la conversación.

«No sé si es por el cambio climático, pero los naranjos han reventado un mes antes de lo que acostumbran», le explicaba ayer un miembro de la organización del Festival a una corresponsal alemana. Y ella, lívida y conmovida, porque en Hamburgo no hay brotes delicados que adelanten la caló, aprovechó las únicas virtudes del agujero de ozono y se tumbó plácidamente al pie de uno de esos esos arriates de geranios y madreselvas que rodean el claustro.

Vivir en el sur, al margen de que podemos comprobar antes de lo estrictamente necesario que Al Gore tiene razón, guarda otras ventajas. Además del clima y de la siesta (¿?), Andalucía es el Vaticano de todos los que practican esa religión de belleza y nervio que se llama flamenco. Pero, como en tantas otras ocasiones, parece que son los apóstoles y evangelistas de fuera de nuestras fronteras (por seguir con la metáfora de Gamboa), los que han de recordárnoslo.

En el turno de preguntas abiertas de la tertulia, un señor preguntó a Farru y compañía por qué es tan difícil para los que viven en «el norte» acceder con cierta continuidad a buenos espectáculos flamencos, cuando lo cierto es que la demanda existe, y el interés de vascos, cántabros y catalanes por el arte jondo queda patente cada vez un teatro de allí cuelga el No hay billetes.

Otra espontánea tomó la palabra para explicárselo: «La organización de festivales, ciclos y los promotores, en general, no quieren que un nombre repita, actuación en tres o cuatro años», apuntó. «Y esa filosofía, tan difícil de entender, se hace extensible a los miembros de la misma familia. O sea, que si un Farruco o un Maya actuaron en Bilbao en 2007, ahora Farru y sus dos compañeros no pueden hacerlo hasta, al menos, 2010». Una tortura.

El Festival garantiza a los aficionados que lo que vale sobre las tablas (se apellide como se apellide), puede volver a Jerez año tras año. Como la flor de azahar de los naranjos.