A solas con el mar
Esperanza Pérez, la primera española que atravesó a vela y en solitario el Atlántico, recuerda sus 23 días de soledad en un libro
Actualizado:Jamás olvidaré los atardeceres en mitad del océano. Tienes la impresión de que eres la reina del mundo, que no existe nadie más en el planeta. Estás tú, el barco y la mar. Es mágico». Esperanza Pérez es navegante, licenciada en Ciencias Físicas por la Complutense, la primera española que atravesó el Atlántico a vela y en solitario y cartagenera. Cuestiones todas que marcan una vida.
La suya ha estado orientada desde niña hacia el océano. Tantas horas mojada a bordo de snipes, raqueros y demás cáscaras flotantes destilaron en una travesía transoceánica en el otoño de 2006 a bordo del Archibald, un barco de acero de 12 metros que fue su leal compañero en los 23 días que duró la travesía entre Las Palmas de Gran Canaria y la isla de Santa Lucía, en el Caribe.
Haber vivido tantos momentos mágicos en la mar provoca añoranza crónica. Tal vez por eso, para vacunarse contra la nostalgia, Esperanza Pérez ha llevado al papel los recuerdos de aquella travesía y de sus preparativos. El libro se llama A solas en el Atlántico (Editorial Noray. 208 páginas. 17,5 euros) y será presentado el sábado en el Salón Náutico de Madrid. «Al principio -dice- todo fue una sucesión de problemas, problemas y problemas... Me vieron mujer y pequeña y parece que confiaron poco en mí», sonríe. «Al final no es cuestión ni de tamaño ni de sexo. Todo está en la cabeza. Cruzar el Atlántico me ha dado la seguridad de que puedo conseguir lo que me proponga. Sé que soy capaz», suspira.
Esperanza Pérez no era una novata antes de acometer la travesía oceánica. Ya había navegado entre Ecuador y Nueza Zelanda (7.000 millas en el Pacífico) y se había echado a la espalda una Bali-Singapur (otras 1.700). «Además, había navegado a dos con el 'Archibald' por el Pacífico. Aquello me cambió la vida de manera radical. Ahora tengo mayor seguridad en mí misma y unas ganas tremendas de hacer cosas».
En el libro, Esperanza relata los tropiezos iniciales (una hernia discal y una triple fractura de costillas cuando se aprestaba a iniciar la travesía), los preparativos, el adiós en los pantalanes, los fallos técnicos (se quedó sin baterías en mitad del Atlántico, sin pilotos automáticos, GPS ni la radio que la conectaba con Rafael del Castillo y con el mundo), la pesca de dorados, las noches y los atardeceres mágicos, la hamburguesa con patatas y la larga ducha caliente de la arribada. El futuro perfecto para quienes sueñan con largar amarras.