la mirada LOURDES PÉREZ

A la contra

HAY imágenes que resumen el discurrir de una campaña. Ayer, Zapatero y Rajoy buscaron el arropamiento multitudinario de sus incondicionales antes de enfrentarse al solitario desafío que supone el debate de esta noche.

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Es uno de los contrasentidos de la carrera hacia el 9-M, porque el combustible de los actos de partido, con un gentío cada vez más desbordante, parece tan imprescindible como insuficiente para desnivelar una contienda que ambos candidatos han fiado en gran medida a sus dos cara a cara. Y eso a pesar de que el primero no sólo no despejó el horizonte, sino que dio lugar a otra contradicción: aunque todos los sondeos publicados dieron por ganador a Rodríguez Zapatero, fue su rival el que salió crecido por el mero hecho de haber superado el duelo con sus opciones intactas.

Sin embargo, ese logro de Rajoy esconde una especie de penitencia, que es la desconfianza en sus posibilidades que sigue rezumando de cuando en cuando su propio partido. Porque no se trata sólo de que el candidato popular estuviera más o menos acertado. Fue el alivio que tan ostensiblemente se dejó sentir entre los suyos, como si no estuvieran del todo seguros de que su líder pudiera colmar las expectativas depositadas en él, lo que le permitió presentarse como vencedor del debate dado que pareció haberlo conseguido contra pronóstico.

Aunque quizás ésta sea una de las consecuencias del particular carácter de Rajoy, un político que atesora una dilatada carrera de responsabilidades públicas -entre ellas, cuatro ministerios-, sin que nunca haya dado la impresión de que ambicionara de salida ninguna de ellas.

Es posible que esta noche el candidato del PP vuelva a reconstruirse ante el potencial electorado como ese señor de provincias con aspiraciones comunes, honrado y algo anodino que pretende actuar como contrapunto a la imagen más sofisticada de su adversario. Pero el peligro que está corriendo es el del exceso, porque a los votantes puede resultarles desconcertante que el cambio se vista con los ropajes de un tipo de ciudadano que ya no se ajusta a la sociología española predominante.

Es posible que la repentina aparición de Aznar en el mitin de León proporcione munición al PSOE para tratar de anclar a Rajoy en el pasado. Sin embargo y por momentos, ese lastre pareció pesar más en el ánimo de Zapatero en el debate de hace una semana. La experiencia de La Moncloa obliga al candidato socialista a conducirse de otra manera, porque ya no puede ser el político al que bastaban sus maneras amables para descolocar al adversario, el que propugnaba el cambio tranquilo que, tras cuatro años de crispación, no se ha consumado en esos términos.

El reto de José Luis Rodríguez Zapatero en esta campaña es el de la confirmación en el poder, una experiencia inédita para él. Porque quien fue el diputado más joven del Congreso, se hizo con la secretaría general del PSOE reventando las quinielas y llegó a la presidencia del Gobierno a la primera tentativa debe demostrar que es capaz de articular un discurso ganador no jugando a la contra, sino cuando el viento sopla a favor de sus velas.