Opinion

La cobardía es cosa de hombres

Es en un día de gran ilusión cuando una mujer y un hombre deciden casarse, unir sus manos e intercambiar los anillos, unir sus vidas y canjear sus sinsabores. Es un día después de años de convivencia cuando un hombre y una mujer empiezan a separar sus manos, a convertir los sinsabores en maltrato, sufrimiento y odio. Es un día en que el amor empieza a sucumbir estrangulado por el anillo del odio, por el velo de la maldad, por las arras de la incomprensión, de la humillación, de la explotación

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Es un día en que el hombre pregona a los cuatro vientos que se hartó de ser valiente ante su mujer, sus hijos y la sociedad; que se hartó de dar ejemplo, que se le agotó el vocabulario decente y amoroso.

Es cuando empezaba a acobardarse ante los mínimos síntomas de enfermedad, o cuando no se atrevía por vergüenza o desistimiento a asistir a las reuniones del colegio para tratar la educación de sus hijos, o cuando era incapaz de pedir un aumento de sueldo para cubrir las necesidades familiares, o Fue entonces que se olvidó de dialogar para expresar sus desacuerdos, que empezó a pensar que expresar las emociones con las palabras era más dañino que usar el puño y la fuerza bruta de la sinrazón y la enfermedad de los sentimientos. Ese día fue el primer día de su matrimonio, en el que resucitó la cobardía latente durante años, y que como los virus, ha esperado las condiciones ambientales adecuadas para desarrollar la enfermedad. La enfermedad de la falta de amor para sí mismo, la ira desatada e incontrolada, el afán de poder y manipulación, la enfermedad de los celos El cobarde empieza por no reconocer que sus limitaciones humanas pueden tener solución. El cobarde prefiere sacar la frustración que lleva dentro hostigando a su mujer antes que reconocer sus problemas de personalidad, sus zonas erróneas. El cobarde prefiere aliviar su infierno interior humillando a la que cree inferior antes que asistir a una terapia psicológica sobre cómo apagar el fuego que le devora, sobre cómo resolver sus problemas psicológicos heredados o adquiridos. Es más fácil desahogarse con la persona más cercana que coger el camino de la calle, o la autopista de peaje del tratamiento clínico. Es más fácil ser cobardes que valientes para decidir, pues como dijo Séneca, «no nos falta valor para hacer las cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas».

Cuando se enfrentan dos personas con baja autoestima, siempre vence la de mayor fuerza física y maldad intrínseca, pero nunca la de más razón. Mientras vivamos en una sociedad en la que el hombre se crea y se sienta superior a la mujer, la cobardía seguirá reinando en muchos hogares españoles. Mientras vivamos en una sociedad en la que la mujer mantenga la inferioridad respecto al hombre seguirá habiendo víctimas inocentes que sirvan de alimento a la virilidad frustrada.

Sólo la educación y la independencia económica de la mujer pueden poner los límites al salvajismo cobarde. El amor y la alegría de vivir harán el resto.

José Manuel Alfaro. San Fernando