AJENOS. Moscovitas caminan frente a un cartel electoral gigante de Dmitri Medvedev y Vladimir Putin. / AP
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Las urnas avalan hoy a Medvedev como sucesor de Putin en la presidencia rusa

El delfín del actual dirigente del Kremlin se enfrenta a tres contrincantes sin opciones

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Vladimir Putin cumplió su promesa de acatar la Constitución y dejar el poder tras su segundo mandato presidencial. Será otro quien dirija Rusia durante los próximos cuatro años. Las encuestas señalan concretamente al actual viceprimer ministro, Dmitri Medvedev, presidente del consejo de accionistas del gigante energético Gazprom. Y no es casual que él sea el favorito indiscutible en las elecciones de hoy, las cuartas de la era postsoviética. Putin, su mentor, y todo el aparato de Estado se han afanado en no dejar cabos sueltos para garantizarle la victoria.

Han puesto tanto empeño que los comicios han perdido todo contenido democrático. Son más bien un trámite, la ratificación por parte de la ciudadanía de un resultado que el Kremlin cree tener el derecho de exigir machaconamente. De lo contrario, Putin advierte de nuevas catástrofes y convulsiones como las que sacudieron Rusia durante los años noventa.

El presidente saliente se jacta de ser el artífice de una gestión impecable. La economía crece a un ritmo anual por encima del 7% mientras el país recupera su influencia en la escena internacional. Pero Putin admite que queda aún mucho por hacer, por ejemplo, eliminar las diferencias sociales, cada vez mayores, y poner freno a la corrupción.

¿Congeniarán?

El encargado de llevar a cabo esas tareas inacabadas será Medvedev, pero con la ayuda de Putin. Éste, a petición de su delfín, se ha comprometido a aceptar el cargo de primer ministro. Y aquí es donde surgen las dudas y la incertidumbre. ¿Congeniarán? ¿Será Medvedev una marioneta en manos de Putin? ¿No resultará la fórmula del tándem desestabilizadora para un país acostumbrado a un poder presidencial fuerte? Todo eso no se sabrá hasta mucho después de finales de abril o principios de mayo, cuando el nuevo presidente tome posesión. El politólogo y ex consejero presidencial, Gueorgui Satarov, reconoce que «las actuales elecciones carecen totalmente de intriga por que se sabe quién será el ganador, lo interesante vendrá después». Medvedev dijo hace unos días que «tanto Putin como yo lo comprendemos. Si soy elegido presidente, nuestro trabajo conjunto deberá realizarse en una atmósfera de total confianza». «Las decisiones se tomarán de acuerdo con la Constitución y la pareja de presidente y primer ministro probará su eficacia», afirmó. Pero previno: «El poder lo ejercerá solamente el presidente». Efectivamente, con tantas prerrogativas como la Constitución rusa otorga al jefe del Estado parece difícil imaginar que nadie, ni siquiera el responsable del Gobierno, pueda manejarle como un títere.

Objetivo xenófobo

Lo que sí puede suceder, y muchos expertos alertan de ello, es que, dentro de la élite, no haya tanta unanimidad en torno a Medvedev como la ha habido en torno a Putin. Grupos extremistas ya han insultado al candidato por su supuesto origen judío. La xenofobia y el nacionalismo hace tiempo que se han instalado dentro de las Fuerzas Armadas, la policía e incluso los servicios secretos, estamentos que tienen mucho que decir en la actual política del país. Si, como es de suponer, Medvedev vence hoy, será, a sus 42 años, el jefe del Estado más joven que haya tenido Rusia desde marzo de 1917, cuando, tras la abdicación del zar Nicolas II, se puso al frente del Gobierno provisional, Alexander Kerenski, quien tenía 36 años. Kerenski dirigió los designios del país sólo unos meses, ya que, en octubre de aquel mismo año, los bolcheviques tomaron el poder, instauraron el primer régimen comunista de la historia y asesinaron al zar y a su familia.

Debido a que Rusia tiene once franjas horarias, la votación comenzó ya ayer en la península de Chukotka, frente a las costas de Alaska, y terminará a las ocho de esta tarde -hora española- en Kaliningrado. Medvedev tiene tres adversarios completamente inofensivos, el comunista Guennadi Ziuganov, el ultranacionalista Vladimir Yirinovski y el jefe de la masonería rusa, Andrei Bogdanov.