Olvidos de Manuel Ríos Ruiz
Hace unos días, en el programa que dirige delicadamente José Prudencio López para Onda Jerez, pretendí rendir homenaje a la galaxia literaria de dicha ciudad y, como suele ocurrir, pinché en hueso: entre mis olvidos imperdonables, estuvo el de no mentar a Manuel Ríos Ruiz, sin duda uno de los autores capitales de su generación, la de los 60, en nuestro entorno. Y caí en la cuenta de que Ríos Ruiz siempre es pasto del olvido, siendo un escritor sencillamente inolvidable.
Actualizado: Guardar«Manuel Ríos Ruiz no se parece a ningún otro poeta del mundo», escribió atinadamente José Lupiañez y eso mismo presentí cuando, siendo adolescente, leí esa epopeya iniciática suya, que tituló Evocación de los mochileros, en la que describía y daba santo y seña de los contrabandistas al por menor que cubrían la ruta entre las gañanías jerezanas y el Peñón de Gibraltar:
«Eran El Nene, Chirrubia, Maleni, El Cojo, Pepe El Largo, Maera,
Gonzalito El Viejo, Blanquillo, El Tano, El Pistola, Simón
El Portugués, braceros de Setenil y Grazalema, matuteros
de San Roque, sidonios de Medina y Benalup, cabreros de Paterna,
vejeriegos, mozos de Alcalá de los Gazules, Algodonales y Zahara,
rebeldes gañanes de Olvera y Los Barrios, jornaleros despedidos
y fustigados, aventureros de un camino, titánicos infantes monte
a monte, proscritos buhoneros hasta Jerez, encorvados, noctámbulos».
El mismo, de hecho, ha revindicado que su poética se encuentra «profundamente enraizada en mi tierra natal, en mi casta de campesinos y artesanos, en lo que he dado en llamar la bizarría de los pobres, de mi gente, a la que intento reivindicar».
Su lírica reconcilia, a su juicio, la pasión y el dramatismo «con el recato de lo íntimo, con el sosiego del rincón, con la agudeza del ingenio y de las verdades hondas». Como dejó dicho Luis Jiménez Martos, la voz de Ríos Ruiz «alterna el terremoto, la riada y la intimidad del pozo». Ese es el tono esencial que cabe rastrear en títulos como La búsqueda (1963), Dolor de Sur (1969), Amores con la tierra (accésit del Adonais, publicado en 1970), El oboe (1972), Los arriates (1972), La paz de los escándalos (1974), Vasijas y deidades (1979), Razón, vigilia y elegía de Manuel Torre (1978), Los predios del jaramago (1979), Cartas a una madrina de guerra (1979), Una inefable presencia (1980), Plazoleta de los ojos (1981), Piedra de amolar (1982), Figuraciones (1986), Poemas Mayores (1987), o Juratorio (1991), entre otros.
Lo imagino ahora, acompañado por su esposa, arrellanado en el Teatro Villamarta para la ceremonia anual del festival flamenco, un arte al que ha dedicado Ríos Ruiz una decidida vocación enciclopedista y ensayos de muy variado calibre, que llevan desde observatorios genéricos como Rumbos del arte flamenco a aproximaciones biográficas como la que tributó a título póstumo a La Paquera.
Quizá el hecho de que haya congeniado la calidad literaria con el rigor ensayístico y, lo que es peor, una indudable naturaleza bondadosa a machamartillo, quizá le haya granjeado una cierta marginación respecto a los escaparates académicos, por más que la Asociación de Críticos Literarios de Andalucía le dedicase atinadamente, hace años, unas jornadas de reflexión en su ciudad natal.
Siempre estamos a tiempo de subsanar errores.