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Una sociedad dividida
Los españoles se diferencian cada vez más por el grado de formación recibida y sus hábitos de consumo cultural
Actualizado: GuardarUN país de extremos. España es hoy uno de los Estados europeos que tiene un porcentaje mayor de estudiantes universitarios entre quienes están en la franja de 18 a 25 años y ocupa posiciones de cabeza entre quienes, a esa misma edad, no han sido capaces de completar la segunda etapa de la Enseñanza Secundaria. Un país también en el que las sucesivas campañas de fomento de la lectura han tenido un efecto por lo menos llamativo: ha crecido el número de lectores habituales, pero no se ha reducido el de quienes no leen nada, objetivo primero de sus autores.
Las 'dos Españas' de las que hablaba Machado son hoy una realidad en el ámbito educativo y cultural. En una de ellas está un número creciente de ciudadanos con estudios universitarios. Para una población aproximada de entre 18 y 24 años de tres millones de jóvenes, en España hay 1,4 millones de matriculados en alguna titulación superior, de ciclo largo o corto. No todos los matriculados están en esa franja, pero sí la gran mayoría. Es decir, cerca del 40% de los jóvenes en edad de estar en la Universidad está efectivamente en ella. Nunca en la historia de España se había dado nada semejante.
Fracaso escolar
Pero al mismo tiempo casi tres de cada diez jóvenes de esa edad no han terminado la segunda etapa de Secundaria y no están siguiendo programa formativo alguno. Es una tasa de fracaso escolar de las más altas de Europa, que se presenta como un reto para cualquier Gobierno. Si a eso se unen los resultados del Informe Pisa, que reflejan unos rendimientos más bien bajos en cuanto a capacidad de comprensión lectora, el panorama no es negro pero sí de un marcado tono gris. Y la tensión generada desde hace cerca de una década en torno a los sucesivos intentos de reformas educativas no parece que contribuya a despejar el horizonte.
En la Universidad, el balance tampoco es demasiado bueno, porque a unos rendimientos de investigación modestos por parte de los profesores, se unen en el lado de los alumnos unos índices de abandono y repetición de curso muy altos. Así se explica que, pese a que casi la mitad de los alumnos matriculados en los últimos años se inscriben en titulaciones de ciclo corto (en general, tres cursos), el 15% supera los 30 años. Es decir, con algunas excepciones (básicamente, una parte de los alumnos de la UNED), van a emplear bastante más de una década en terminar sus estudios. Otro 16% tiene entre 26 y 30 años, de manera que llevan alrededor de diez años en la Universidad y todavía no han terminado sus carreras.
Datos preocupantes
Son datos preocupantes dado el tiempo que luego esos graduados tardan en hallar un trabajo con contrato fijo o bien temporal pero de una duración media-larga. Es el efecto secundario negativo de una sociedad que en poco más de treinta años ha pasado de tener una Universidad a la que sólo tenían acceso los hijos de las clases media-alta y alta, a otra a la que todo el mundo puede llegar.
La posibilidad se ha convertido en un requerimiento: quien termina la Secundaria parece obligado a ir a la Universidad, lo que no sucede en casi ningún país europeo. Y su incorporación al mundo laboral es también la más tardía del continente.
Otra realidad con un elevado coste económico: una parte tiene impacto exclusivamente en el ámbito doméstico, porque son las familias quienes hacen frente a los gastos derivados de tener hijos frisando la treintena que todavía no se han puesto a trabajar; la otra recae sobre el sistema de Seguridad Social en su conjunto, porque esos jóvenes generarán en su momento derecho a una pensión aunque hayan trabajado de cinco a diez años menos de los 'normales'.
¿Y qué consumo cultural tiene un país en el que los extremos están cada vez más alejados? De entrada, si se atiende a las declaraciones de las empresas del sector, la situación parecería muy delicada, si no fuera porque sus responsables tienen tendencia a quejarse permanentemente. Aunque a veces con razón.
Por ejemplo, el sector cinematográfico, al menos en su sentido más clásico, atraviesa un momento crítico. Los cines han perdido en sólo tres años un 30% de espectadores y la caída se está acelerando. Las producciones españolas, que ya eran una parte pequeña de esa cifra, pierden cuota a pasos agigantados.
Los sucesivos gobiernos han intentado sostener el sector, pero según todos los especialistas no han sido capaces de dar con la clave del reforzamiento de la industria cinematográfica, y se han limitado a mantener la respiración asistida de unas subvenciones con tan poco criterio que un filme puede ser más rentable para su productor si no se estrena que si llega a las pantallas.
Frente a la situación casi de derribo del cine -cultura de masas-, los museos -alta cultura- no paran de crecer. En el año 2000, por cada español se registraron 0,9 visitas al millar de museos que existen a lo largo del país. Según estimaciones provisionales, en 2007 podrían haber sido 1,2 visitas por habitante.
Una subida que desvela un interés creciente de la población por su patrimonio histórico y artístico. El sector cinematográfico, con sus amplios despliegues publicitarios, no ha logrado lo que, con una economía de medios singular, ha logrado el de los museos: atraer cada vez a más gente.
En la lectura, un aspecto crucial para la cultural de cualquier país, es donde la situación presenta más claroscuros. Y no será porque los sucesivos gobiernos no han anunciado a bombo y platillo una campaña tras otra de fomento de la lectura, utilizando más medios materiales que imaginación. Con resultados idénticos, independientemente del color del Gobierno: malos sin paliativos. España es uno de los países en los que menos se lee de Europa.
Por decirlo gráficamente, en Suecia leen casi el doble de personas (por cada mil habitantes) que aquí. Esa media oculta además la existencia de colectivos muy dispares: las sucesivas campañas animando a la lectura han sido incapaces de reducir por debajo del 42% el número de españoles mayores de 16 años que no cogen nunca un libro. Los lectores frecuentes son el 41%, pero la subida ha sido modestísima.
Disparidad
La realidad es por tanto que quienes leen habitualmente han incrementado su hábito aunque sea poco, mientras el número de quienes no leen nada apenas si se ha reducido (hay quien entiende que si se analizan las encuestas teniendo en cuenta el margen de error ese número podría incluso haber aumentado) y en cualquier caso se mantiene en cifras muy elevadas. Pero incluso los 'grandes' lectores españoles leen menos que los de otros países europeos.
Por ejemplo, entre quienes lo hacen por motivos que no son estudios o trabajo, casi el 20% de los europeos termina 13 o más libros al año. En España, ese porcentaje no llega a la mitad. Eso tiene una traducción en cifras muy clara: aquí se venden al año en torno a 235 millones de volúmenes (incluidos textos escolares). En Francia, con un 45% más de habitantes, se adquieren aproximadamente 415 millones, es decir, un 84% más. Y la utilización de las bibliotecas es allí mucho mayor.
Los retos educativos y culturales que el país debe afrontar a corto plazo son grandes, porque su nivel es en ambos capítulos inferior al que le correspondería por su grado de desarrollo económico. Pero además, gane quien gane las elecciones, el próximo Gobierno debería adoptar medidas para que la diferencia entre las 'dos Españas' en este ámbito no siga agrandándose.