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VUELTA DE HOJA

En corto y por derecho

I ncluso los infieles católicos debemos aplaudir algunos consejos de la Santa Madre Iglesia. Ahora el Vaticano ha pedido a los párrocos un esfuerzo de contención en sus homilías, sugiriéndoles que no deben exceder de los diez minutos. Como decía Chumy Chumez, parafraseando al astuto jesuita Baltasar Gracián, «lo bue, si bre, dos veces bue». De la apócrifa máxima de mi llorado amigo cabe deducir que lo malo, si largo, más de dos veces insoportable. La verdad es que Dios no se ha excedido en su infinita misericordia y hay más excelentes párrocos que medianos oradores. Lo normal es que sean unos pelmazos y que sólo convenzan a los previamente convencidos. Tengo aplazada una conversación con el admirable Miret Magdalena para que me ilumine sobre las difusas fronteras de lo que es de Dios y lo que es del César. Siempre ha existido una zona, considerada como tierra de nadie, o más bien de todos, que hace confusos los límites.

MANUEL ALCÁNTARA
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No se puede poner uno pesado desde el púlpito, ya que no es preciso bostezar para comulgar. Un sermón de las siete palabras no debe constar de 70.000. Quizá haya distanciado al público en general del inmarchitable mensaje de Jesús de Nazaret algunos modales de sus numerosos propagadores. De niño, cuando aquellos reverendos ágrafos empezaban su disertación diciendo «en aquel tiempo, Cristo díjole a sus discípulos», lo del «díjole» ya me arruinaba la historia. También los modales amujerados y pretendidamente místicos. Lo que Samuel Ros, al observar el frotamiento de manos, llamó «el invisible jabón de los clérigos menores». ¿Qué bien hace el Vaticano recomendando atenerse al Evangelio y al cronómetro! Los pastores no deben aburrir a las ovejas. Y no es necesario, para predicar la inverosímil vida eterna, darnos una idea aproximada de su duración en ésta.