Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
ANÁLISIS

Ameno culebrón

No apta para puristas del rigor histórico ni para amantes de la sutileza, Las hermanas Bolena desarrolla, a pesar de todo, un impecable sentido del espectáculo y de lo comercial hasta confeccionar un obvio pero ameno culebrón realzado por el recital interpretativo de Natalie Portman.

MATEO SANCHO
Actualizado:

La propuesta hay que tomársela tal cual es, porque la película no es, ni pretende ser, más que una simplificación histórica made in Hollywood y un retruécano dramático para un pasaje mil veces visto en el cine: la relación de Ana Bolena y Enrique VIII, ahora mismo triunfando también en la televisión con la serie Los Tudor.

Dotada de una esmerada dirección artística, de un vestuario exquisito y unas localizaciones bellísimas cortesía del poderío de gran estudio, Las hermanas Bolena cuela en la timba a un nuevo participante que, bajo el rostro de Scarlett Johansson y tras la identidad de María Bolena, sirve de contrapunto para acercar la Historia a los sentimientos universales.

Así, la película es el retrato de los caracteres complementarios de dos mujeres de la misma familia atraídas por el magnetismo sexual y el poder de un mismo hombre, pero que se distancian en sus posturas vitales. Lo cabal, lo fiel y lo moralista, en el comportamiento de María, y la visceralidad llevada al paroxismo en el caso de Ana.

La base literaria es un formato de moda: la novela histórica especulativa que, esta vez según el material de Philippa Gregory, apuesta por la máxima de que el mundo se forjó en las alcobas.

Y que la Iglesia Anglicana nació de un lío de faldas, corsés y enaguas. Es presumible que Gregory la escribió buscando vender sus derechos para el cine con inmediatez.

Allanado en favor del lobby Bolena, Eric Bana se pliega en una interpretación funcional como el tiránico y caprichoso Enrique VIII para dejar paso al festival de trapisondas femeninas que dan la oportunidad a Johansson y, sobre todo, a Natalie Portman de convertir la cinta en un vehículo para su lucimiento personal.

Con precedentes tan legendarios como Merle Oberon, Vanessa Redgrave y, sobre todo, la Geneviève Bujold de Ana de los mil días (1969), Portman aporta modernidad y osadía a su papel, más de la que incluía el propio guión y el anodino trabajo de dirección del debutante Justin Chadwick.

La actriz de Beautiful Girls (1996), en su menudo cuerpo, recorre en dos horas de película una enorme gama emotiva, desde la jovialidad a la desesperanza, desde la gélida maquinación a la ardiente locura y llena de humanidad, verosimilitud y profundidad una producción que, en ocasiones, se mueve sin rubor por la impostura y el artificio.