Alguien se arranca, por fin, con un cantecito
'Capullo de Jerez' cerró ayer su intervención con un pequeño arranque que encantó al público
Actualizado: GuardarHoy toca hacer cuentas y echar la vista un poco atrás: llevamos ya seis días de Festival de Jerez (no se preocupen, queda más de la mitad aunque ya le hayamos dado la vuelta al programa desplegable) y nadie se había atrevido todavía a improvisar un cantecito en la bodega de San Ginés. Tuvo que ser él, Miguel Flores Quirós Capullo de Jerez quien decidiera terminar su intervención de ayer con unas palmas y unas letras que enseguida celebró el público, ansioso de trasladar lo que se vive por las tardes en Los Apóstoles, Sala Compañía o Teatro Villamarta a la sede del Consejo Regulador.
No fue apenas más que una intención pero eso le bastó al cantaor para animar el ambiente de la tertulia. Además fue el protagonista de la jornada por otro motivo y es que la organización tuvo que comenzar la rueda de prensa sin su presencia: llegaba tarde, y eso que las comparecencias suelen guardar más tiempo que el de cortesía. Raudo y veloz, Capullo de Jerez atravesó toda la sala y, de un salto, subió a la tarima y se sentó junto a los otros integrantes de la mesa -Andrés Marín, Marcos Vargas y Chloé Brûle- como si no hubiera hecho los veinte metros obstáculos (con sillas incluidas). Ni siquiera le hicieron falta las escaleras y demostró una estupenda forma física a sus 54 años.
Como ya empieza a acostumbrarse el respetable de San Ginés, no son demasiado dados los artistas a explicar con palabras lo que interpretan sobre el escenario. Como en todo, hay excepciones, y otros -los menos- demuestran una capacidad verbal envidiable. La norma general es, sin embargo, disculparse porque lo que ellos dominan es el baile, el cante o la guitarra, pero no el discurso. Aún así, todo es empezar y el público suele recoger una idea bastante clara de sus intenciones y deseos.
Capullo ya lo avisó -«yo soy de poquito hablar», dijo- y cuando la moderadora preguntó si querían añadir algo más, no lo dudó un minuto: «ay lerelerelere...»