Voto de confianza
El desarrollo del primero de los debates televisados entre Zapatero y Rajoy demostró que los dos candidatos con posibilidades de llegar a la presidencia del gobierno no están tratando de acercar su mensaje al ciudadano, sino que emplazan a éste a alinearse con sus respectivas tesis. En el fondo ambas formaciones mantienen una misma estrategia para cosechar votos, basada en fidelizar un núcleo de incondicionales. Pero ello es también consecuencia del bipartidismo que domina la política española: las restantes fuerzas no son capaces de condicionar en lo más mínimo el discurso de populares y socialistas. La campaña electoral se ha convertido en una sucesión de reproches mutuos entre PP y PSOE, en cuya expresión estereotipada han acabado acomodándose ambos, combinados con la presentación diaria de ofertas irrechazables a primera vista que obedecen, sin duda, a la previa identificación de segmentos electorales con necesidades, intereses o incluso prejuicios concretos. Pero, a pesar de esto último, el mensaje que prevalece no es el de un compromiso que cada formación adquiriría con sus electores y con la sociedad en general. Se trata de la solicitud de un voto de confianza por el que los votantes concederían crédito al partido de su elección para los próximos cuatro años como acto de adhesión.
Actualizado: GuardarToda convocatoria electoral consiste en eso, pero en ésta se van apreciando demasiados lastres del pasado, demasiada propuesta improvisada y una destacable falta de coherencia cuando dos formaciones que han pasado por el gobierno y se mantienen al frente de numerosas instituciones en el conjunto de España han acumulado tan prolijo catálogo de promesas electorales sin haberlas puesto en práctica con anterioridad. La disyuntiva ante la que Rajoy y Zapatero tratan de situar a los electores, poco menos que conminados a elegir entre opciones que a menudo se presentan como modelos ideológicos cerrados y antagónicos, sólo puede resultar admisible para la ciudadanía si se atenúa el dramatismo con el que el primero urge al cambio y el segundo previene ante el mismo. Aunque todo período electoral invita a los partidos a subrayar las diferencias y a eludir las coincidencias, la inusitada profusión de ofertas está evidenciando tantos puntos comunes que bien harían los candidatos en reparar alguna vez en ello. La opinión pública no necesita que le desgranen las 1.791 ideas que contiene el programa del PP, o que le reciten las trescientas páginas del programa socialista. Pero tampoco tiene por qué sentirse concernida cuando los partidos optan por simplificar sus mensajes a base de trazo grueso. Zapatero y Rajoy deberían hallar un punto de equilibrio entre la consigna partidaria y una multiplicación de promesas imposible de valorar, enunciando esas diez o doce iniciativas que bien podrían justificar toda una legislatura.