¿A dónde van los cuadros robados?
La mayoría son recuperados; a veces en contenedores o aparcamientos Cualquier pintura de renombre sustraída a museos o coleccionistas suele ser más fácil robarla que venderla. Los últimos casos así lo demuestran
Actualizado:En las últimas semanas se han producido diversos robos de obras maestras de la pintura en Suiza. Siempre tienen estos robos un glamour especial, cierto aire cinematográfico, como si los ladrones que sustrajeran estas piezas fuesen tan geniales en su «oficio» como lo fueron Picasso, Van Gogh o Monet en el suyo. Quizá diversos filmes sobre robos espectaculares de obras de arte y joyas hayan creado ese halo mágico. Pero los expertos de la Guardia Civil y la Policía lo primero que hacen es aclararnos que las cosas que suceden en películas como El secreto de Thomas Crown, Cómo robar un millón y... o Atrapa a un ladrón no ocurren en la realidad.
«Hay que acabar con el mito del ladrón de guante blanco y con la creencia del robo por encargo en la línea que la mayoría de la gente piensa -asegura Jesús Pastor, portavoz del Grupo Patrimonio Histórico de la Guardia Civil-. No existen coleccionistas que encarguen robos de este tipo para luego tener un cuadro o una valiosa pieza de escultura medio escondidos en su casa. Ellos suelen ser tan amantes del arte como de enseñar las obras que tienen, de presumir de su compra delante de los amigos. Y una pieza como un picasso, un goya o un van gogh no se guardan en un armario para admirarlas por la noche.»
De la misma opinión es el inspector Antón, de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía. «Esa imagen de un coleccionista viendo un cuadro único en una cueva mientras se fuma un puro y bebe un vaso de whisky es falsa. Además, ningún coleccionista paga una fortuna por algo que luego no podrá vender en ningún sitio. Porque, cuando se comete un robo como el ocurrido en el Museo Emil Bürhle de Zúrich [donde se llevaron un van gogh, un monet, un degas y un cézanne], automáticamente se cierra el posible comercio de esos cuadros. Interpol manda un comunicado tanto a las fuerzas de seguridad de los distintos países como a casas de subastas, coleccionistas, etcétera. La obra queda marcada para siempre.»
Pero a veces se ha dicho que algunas de esas piezas podrían ir a parar a manos de coleccionistas algo especiales. «Ese es otro mito -dice Antón-. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre si estas obras podrían ser adquiridas por algún jeque árabe o algún millonario excéntrico. Hay una anécdota curiosa con respecto a esto... Después de la Guerra del Golfo salieron a los mercados de arte europeos, incluido el español, bastantes cuadros y obras de arte provenientes de Kuwait. Habían sido sustraídos durante la contienda y empezaron a circular. Venían muchos con un sello de procedencia y se supo que pertenecían a tal jeque o persona de aquel país. Pero cuando empezaron a peritarse las obras, se comprobó que ninguna era auténtica. A aquellos jeques les habían vendido piezas falsas y entre ellas creo recordar que había alguna réplica de un cuadro de Picasso»
Al final, muchas de las grandes pinturas robadas acaban en contenedores, cubos de basura o, como en el caso del van gogh y el monet sustraídos en Zúrich, abandonadas en un aparcamiento. «Es que -explica Pastor- estos robos y, sobre todo cuando se utilizan armas, se ve que no están hechos por expertos en este tipo de mercancías. El mercado del arte es muy cerrado y cuanto más valiosa es la pieza más difícil es colocarla».
El grito en el cielo
Es curioso, pero en numerosas ocasiones es más fácil robar el cuadro que venderlo. «En los grandes museos españoles no resulta fácil robar, pues se invierte mucho en seguridad -apunta el inspector Antón-. Pero hay cosas que claman al cielo. Por ejemplo, en una ocasión nos explicaron las medidas de seguridad que había en el museo Munch en Oslo y, no es por criticar, pero la verdad es que eran muy deficientes. Cuando se llevaron El grito casi lo único que tuvieron que hacer los ladrones fue descolgarlo de las escarpias y salir corriendo.»
Esa falta de seguridad de algunos museos y coleccionistas es lo que anima a determinados delincuentes a arramblar con este tipo de obras sin saber luego cómo «comercializarlas». «Por lo general -dice Pastor-, en España, y se puede generalizar al resto de los países de nuestro ámbito, los ladrones de arte son clanes familiares que están muy localizados y por lo común sus objetivos no son grandes obras, sino piezas más desconocidas que pueden luego venderse en mercadillos y ferias sin llamar tanto la atención. Las roban en ermitas, iglesias, segundas viviendas... y de ellas se llevan tanto esculturas, como cuadros, libros o documentos valiosos. Muchos están especializados en un tipo de objeto determinado.»
En España el ladrón más afamado de este tipo de obras fue Erik El belga. «Se ha escrito mucho sobre él y se le ha mitificado-explica Pastor-, pero no deja de ser un ladrón que hizo mucho daño a las iglesias de los pueblos de España aprovechándose de los vacíos legales que había sobre el tema del patrimonio artístico en los años 80.»
«¿El caso más curioso que conozco? Quizá el robo que se produjo en el domicilio de la empresaria Esther Koplowitz. Lo planeó una banda de ladrones de cajas fuertes de bancos que, por casualidad, había conocido en un gimnasio a un guarda de seguridad que estaba en la casa. Intimaron con él y al final dieron el golpe. Lo que ocurre es que luego no supieron qué hacer con la mercancía y acabaron siendo detenidos.».