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La Glorieta | Mocos y esperanzas

Ultimamente arrancarme una lágrima no es que se diga una hazaña heroica. Desajustes hormonales y mamarrachocracias varias pueden enterrar a cualquiera en un pocillo de amargo lloriqueo a prueba de comilonas, cosquillas y ramos de liliums y rosas. Seguramente por ello la última declaración sincera de afecto me sumó en el hipo ayer por la mañana. La hacía un actor muy grande, de aspecto duro, un actor con el que todas soñamos asestándole un buen golpe al imbécil de turno -sí, sí, a ese que no insultamos, sino definimos «clínicamente»-.

FÁTIMA VILA
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El hombretón de Bardem recogía su Oscar y solo tenía ojillos para su madre, claro que hay madres, como para llegarte a su casa, con los veintilargos y un certificado de adopción. Se acordó de ella y de sus abuelos, y de todos los cómicos que un día prefirieron pasar hambre antes que bajar la cabeza. Mientras sorbía los últimos mocos ante tal derroche de amor maternal y entrega política, me preguntaba si el bueno de Bardem seguirá pregonando con el ejemplo. Si seguirá sin cesiones, lametones y otras demostraciones pseudocívicas propias de la gente con éxito. Dejadme, a veces es delicioso ser injusta.

Como todos necesitamos el beneficio de la duda y a pesar de que una sea demasiado arpía para casar el Imperio Cruz con el intelectualismo de izquierdas, las contradicciones del personaje aún no le roban confianza. En el fondo, soy una romántica y mientras se me pasa el hipo de recordar el moño gris de esa insobornable dama, hago revisión de los últimos casos en los que ganaron los buenos. Vuelvo a sorber mocos. A ver cuánto tarda en aparecer con un cheque de prestigio, dinero o poder el seductor de siempre bajo mil caras, el que sabe cómo entrarnos, pescarnos y, embebidos de bonhomía, hacernos bajar con cara de regusto la mollera.

fvila@lavozdigital.es