El misterio de las encuestas
Las encuestas se han convertido en ingredientes indispensable de las campañas electorales, quizá con excesiva profusión toda vez que su funcionalidad es confusa y sus objetivos, con independencia de su vertiente puramente informativa, no siempre están del todo claros. Además, el sector profesional de la sociología aplicada es desigual, y algunas empresas solventes y rigurosas que llevan a cabo su trabajo con honradez y profesionalidad conviven manifiestamente con otras nada fiables que proporcionan resultados a la carta a quien quiera pagarlos a bajo precio.
Actualizado:Las encuestas no son neutras. Cualquier sondeo tiene retornos, feedbacks, en el sentido de que actúa sobre la realidad que trata de describir. Si los afectos a un determinado partido ven que está perdiendo se movilizan y si constatan que su victoria está fuera de duda puede que se abstengan por comodidad. Este efecto acción-reacción, reconocido en los manuales de sociología aplicada, es el que justifica la prohibición de publicar encuestas en los últimos días de la campaña. Parece evidente que entre todos los hacedores de encuestas termina generándose una especie de consenso a poco de que comienzan las investigaciones preelectorales. Ello es posible gracias a la arbitrariedad de las cocinas sociológicas, en las que se aderezan los resultados de campo mediante parámetros empíricos que supuestamente se habrían confirmado en ocasiones anteriores.
Hay que reseñar con consternación que los sondeos se han demostrado incapaces de prever, siquiera aproximadamente, algunas variables electorales fundamentales como la participación, y que sus previsiones yerran generalmente. El Propio Centro de Investigaciones Sociológicas, altamente profesionalizado y dotado de copiosos recursos materiales y humanos, marró abultadamente al prever una gran participación en el referéndum sobre el estatuto catalán y naufragó estrepitosamente en la previsión de los resultados de las tres elecciones generales anteriores. En las de 1996, otorgaba al PP una ventaja de 6,9 puntos sobre el PSOE cuando la ventaja fue de sólo 1,16 puntos. En las del 2000, la distancia PP-PSOE había de ser de cinco puntos, por lo que no se produciría la mayoría absoluta popular. Finalmente, en las del 2004 el PP debía haber ganado al PSOE por 6,7 puntos, cuando la realidad fue que el PSOE ganó por un 6,7%. Así las cosas, los lectores impenitentes de periódicos tenemos la creciente sensación de que las encuestas son cada vez más resortes maliciosos para influir subrepticiamente sobre las grandes tendencias de la opinión pública. Las encuestas ya no son, según aseguraba el famoso libro de G. Gallup, el pulso de la democracia. Más bien hay que traer a colación a Giovanni Sartori, quien, en Homo videns, describe la enfermedad profesional de la sondeo-dependencia o acatamiento ciego por los gobernantes de lo que aseguran los sondeos, que suele ser presentado como signo de independencia, autonomía y fortaleza de carácter. En suma, es razonable que los actores políticos traten de indagar las preferencias del electorado aprovechándose de las técnicas de la sociología aplicada, y lo es asimismo que los medios de comunicación animen la contienda mediante la publicación de encuestas que tienen el valor que tienen, es decir, más bien poco. Lo detestable es que las encuestas adquieran tanta eminencia que hasta las propias elecciones terminan pareciendo una encuesta más. Eso sí, la definitiva.