Editorial

Continúa el pulso

El debate televisado entre Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se convirtió ayer en el compendio de las críticas y reproches que han venido intercambiándose ambos dirigentes durante los últimos cuatro años. El encuentro les ofreció una ocasión excepcional para dirigirse a todos los electores, y no sólo a aquellos que cada cual considera suyos. Pero los contendientes prefirieron subrayar los argumentos con los que hasta ahora han tratado de cohesionar a sus más incondicionales. Ayer los dos candidatos mantuvieron una diatriba centrada en torno a quién era más responsable, o más culpable, de la confrontación extrema en la que se ha movido la política española durante toda la legislatura. Junto a ello, discutieron sobre los resultados de la legislatura en comparación con los del período gobernado por el PP, muchas de cuyas referencias y cifras resultaban imposibles de comprobar para la audiencia. Una muestra palpable de que las discrepancias mantenidas por ambas formaciones podrían continuar aflorando en esos mismos términos gane quien gane las elecciones; pero también de que tanto PSOE como PP sienten la necesidad de recurrir a los desencuentros del pasado reciente para recabar el favor popular de cara al futuro.

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El debate representaba, a la vez, una oportunidad y un momento comprometido para Rajoy por ser el aspirante. No puede decirse que aprovechara del todo esa oportunidad. Pero el candidato popular abandonó el plató con crédito suficiente para continuar disputándole la presidencia a Rodríguez Zapatero. Por su parte, éste consiguió lo que probablemente se proponía: continuar tras el pulso en la misma posición en que se encontraba antes de su inicio, manteniendo una pequeña ventaja en los sondeos. Una posición que en ningún caso podrán los socialistas dar por asegurada de cara al 9 de marzo.

La opinión que se recaba de los ciudadanos tras un debate televisado refleja, por un lado, la sensación que como telespectadores perciben en cuanto a quién ha resultado vencedor o perdedor del cara a cara y, por el otro, la credibilidad que les merece cada contendiente y el grado de simpatía que a priori sentían hacia él. Es poco probable que la ciudadanía viese ayer en el Zapatero candidato una personalidad distinta a la del Zapatero presidente, o en el Rajoy del debate una imagen diferente a la que ha ofrecido durante cuatro años el presidente del PP. No hubo novedad alguna en el contenido de las pocas propuestas que avanzaron, ni mantuvieron ningún pulso decisivo en torno a alguna cuestión crucial, ni dieron lugar a golpes de efecto que pudieran desequilibrar el cuerpo a cuerpo, a pesar de algunos instantes de dureza. Pero sería erróneo e incluso injusto concluir que el debate resultó al final intrascendente; o que los contendientes no supieron jugar a fondo sus bazas. Ocurre, sencillamente, que ni siquiera la campaña electoral puede reducirse a un debate del que se esperaba demasiado.