opinión

La Mirada | No apto para escépticos

El debate de anoche anticipó cuál iba a ser su desarrollo desde la primera intervención. Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero miraron a la cámara, tensos y envarados, y comenzaron a desgranar dos monólogos que sólo se entrecruzaron en chispazos de enfrentamiento que dieron la medida de la absoluta falta de sintonía personal entre ellos. Y que, en muchos momentos, discurrieron por caminos tan paralelos y trillados, eludiendo cada uno las interpelaciones del adversario, que la inevitable sensación fue la de estar asistiendo no a una cita excepcional ante unas elecciones tan reñidas, sino a un duelo revisitado durante cuatro largos años.

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A un nuevo encuentro del desencuentro. Como si la decepcionante escenografía anticipara que el debate iba a discurrir tan disciplinadamente por el carril de lo ya conocido y del todo predecible. Ni la trascendencia concedida al cara a cara ni el ajustado escrutinio que vaticinan las encuestas actuaron como un revulsivo para que los dos candidatos arriesgaran en la búsqueda del votante menos militante, más remolón, con un discurso capaz de seducir al indeciso, al escéptico. Zapatero y Rajoy jugaron una vez más en el terreno de los propios y al catenaccio.

La de anoche constituía una oportunidad para que el presidente demostrara que, al margen de los obstáculos derivados de la férrea oposición del PP, su Gobierno ha logrado gobernar con cierta soltura, aprobando reformas de calado de cuya realización tanto se felicita el programa socialista. El presidente parte en esta campaña con una notable ventaja: tiene a todo su partido amarrado detrás de su indiscutible liderazgo. Él encarna la campaña y el proyecto del PSOE. Pero el candidato socialista supeditó en demasiadas ocasiones la explicación didáctica de los logros alcanzados y las propuestas de futuro a la comparación implacable con la actuación de los gobiernos de Aznar -con mención a Irak y el 11-M-, incidiendo una y otra vez en la pertenencia de Rajoy a los mismos y cuestionando su capacidad como ministro. Ese discurso pudo explicar por qué los socialistas vencieron en el 2004 y cuáles han sido sus objetivos en la legislatura, pero no tanto porque es del todo necesario, según dijo Zapatero al comienzo, que gobiernen cuatro años más. La fortuna para el aspirante a la reelección es que su contrincante tampoco logró persuadir, más allá de los incondicionales, de por qué el cambio es imprescindible y urgente. A su modo, la campaña del líder popular también es muy presidencialista: él precisa convencer de que su apariencia de hombre común e inquieto por los problemas cotidianos representa al PP de hoy, no al del discurso más tenebroso. Rajoy llegó a jubilar a Aznar ante su adversario. Pero de igual manera que Zapatero se aferró en no pocos minutos al pasado para acreditar su gestión, su contendiente tuvo que agitar ese mismo pasado para autoafirmar su alternativa. Es probable que ambos encuentren motivos para darse por satisfechos pese a no aportar novedad, porque el debate no ha resuelto, para bien o para mal, apenas nada.