Daniel Day-Lewis. / LA VOZ
Cultura

Intenso y excéntrico

A tenor de la indumentaria neocountry que gasta Daniel Day-Lewis fuera de los platós, su comentada excentricidad no es invención de los periodistas. El magnate paranoico de Pozos de ambición nunca ha ocultado que debutó a los 14 años en Domingo, maldito domingo porque John Schlesinger buscaba al adolescente más macarra de Londres. Era un pijo con querencia por los bajos fondos: su padre es el poeta Cecil Day-Lewis, una gloria nacional, y su abuelo materno era el propietario de los estudios Ealing.

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El protagonista de Mi hermosa lavandería, que ganó su primer Oscar en 1990 por Mi pie izquierdo, espacia sus papeles y huye del oropel de la industria. Vive en un castillo a las afueras de Dublín -posee doble nacionalidad británica e irlandesa- junto a Rebecca Miller, la hija del dramaturgo Arthur Miller, y sus tres hijos. Sólo acepta papeles que le desfonden física y anímicamente: El último mohicano, La edad de la inocencia, The Boxer

Cuenta Martin Scorsese que, para convencerle de que protagonizara Gangs of New York, tuvo que ir con Leonardo DiCaprio hasta Florencia, donde Day-Lewis aprendía el oficio de zapatero artesanal. El único mortal capaz de concluir una relación sentimental por fax -así rompió con Isabelle Adjani-.

Siempre excesivo, para algunos al borde de la sobreactuación, el actor ocupa todos y cada uno de los fotogramas de Pozos de ambición, una pesadilla épica sobre los orígenes del capitalismo americano bañada en petróleo y sangre.