flores para marco
Demostración de sensatez y de armonía en el escenario
Actualizado: GuardarQue hay modas nadie lo niega, y eso implica etapas cíclicas por las que se pasa en la mayoría de disciplinas, ya sean artísticas, sociológicas o de cualquier otra índole. En el Flamenco también pasa, se renuevan o se intentar reinventar cantes o bailes ya hechos y masticados para exprimir el jugo que pueda dar cada fruto, con el fín de innovar. En este sentido no se da a conocer nada nuevo, sino que extrapolamos lo antiguo a la situación actual buscando las diferencias. Marco Flores, a pesar de no reinventar nada nuevo, se convierte en un joven «pro-creador» con personalidad que proyecta su modo de sentir y vivir en cada baile.
Actuación del flamante ganador de la última edición del Concurso Nacional de Córdoba en la fría noche del domingo, que pisó fuerte, y que vino acompañado de Antonia Jimenez, su escudera a la guitarra y Miguel Rosendo y Leo Triviño al cante, y en el compás La Tacha y Ana Romero. Salvo los notables problemas vocales de Triviño, que no pudo completar una malagueña a su gusto, ni al de los que allí estábamos, Rosendo llevó el peso de la noche dando muestras de convicción y mostrando su personal eco en los tercios que daban forma a su quehacer.
Se inició Flores por Farruca de manera soberbia, quizás lo mejor de la noche, con cadencias medidas, y siluetas aderezadas con vaivenes paganos de caderas, provocadores y sutiles. Sin renunciar a la estética fue natural en pies y algo espeso en brazos, algo abstractos en el conjunto, pero con matices que bien merecieron los halagos del público. Intermedio de tangos para dar paso a un martinete oscuro, ritual estático, solitario y de concentración jugando con tensiones y distensiones en una suerte que surgía de lo espiritual.
De descanso sirven los cantes de transición que se escucharon en las malagueñas melliceras de los dos compañeros de fatigas que se entregaron, cada uno hasta donde supo, donde se evidenciaron las facultades de uno y otro. Un Rosendo que recreó de buena gana estos cantes, con sabor a Cádiz. Se entregó Marco en las alegrías, que tiene dominadas y es su plato fuerte, en secuencias circunscritas al compás de amalgama, buscando su camino, pero desafinando en la estética brazística, donde se abandonó en beneficio del conjunto argumental y de la esencia de este baile.
No cabe duda que ya no estilan los estruendosos tiempos en los que el privilegio de poseer la técnica necesaria en los pies, daba por bueno, una obra flamenca, de manera que olvidémonos de esos tiempos y pensemos que todo esto es un todo donde hay que seccionar cada parte pero no abandonarse para buscar el efectismo que imperaba hasta hace bien poco; Los jóvenes bailaores de talla de Flores, dejan la puerta abierta para mostrar que no se apaga la llama que mantiene erguida la antorcha del baile flamenco.