Bayón 'abre la puerta' grande
La bailaora sevillana sedujo al Villamarta con su baile y un espectáculo memorable
Actualizado:Cuando una bailaora es capaz de desprenderse de los elementos que distraen y entra con valentía al tuétano de la cuestión se consiguen resultados de tan alto valor como el cosechado con La Puerta Abierta. Pero claro, esto sólo lo pueden hacer los que poseen la autenticidad suficiente y la calidad contrastada para osarse a salir con el baile desnudo. Quien no lo tiene, no tiene más remedio que rodearse necesariamente de elementos que tapen las carencias. Y al final, cuando tantos comentarios se oyen en los pasillos del Teatro, se impone el «¿Te das cuen?... que hizo famoso el humorista. En efecto, ¿nos damos cuenta que lo que verdaderamente triunfa sin grandes efectismos es cuando se baila bien, se canta bien y se toca bien? Luego, si se tiene una idea clara del espacio a crear para interrogar al arte y se encarga la tarea a una gran directora de escena como Pepa Gamboa, el resultado se multiplica por tres. Y no digamos, cuando siguiendo el discurso de lo esquemático para que sea la verdad la que hable con los pies, se convoca a una escolta excepcional: el maravilloso cante de Miguel Poveda, la guitarra de Jesús Torres y el compás de Cantarote y Grilo, la puerta grande «se abre». Y no hace falta más, que cansados estamos de megaproducciones que son aventuras hacia lo fácilmente olvidable.
Isabel Bayón bailó con sumo gusto y durante toda la obra, toda. Al inicio, con la voz en off de Tía Anica la Piriñaca y Agujetas por martinetes, con sobriedad, creando, frente a la puerta ese espacio íntimo, lleno de introspección que supo fundir con maestría con la música de Bach que le permitió danzar. Toda una lección de cómo se deben aprovechar los recursos hacer lo máximo desde lo mínimo.
Miguel Poveda aparece y se regusta en la soleá del Mellizo, meciéndola, dictando, remata son Frijones y ella se deja llevar por el cante con la elegante sobriedad de la escuela sevillana. Olé los dos. La milonga abre las puertas a la seducción, azúcar de caña, hay atmósfera y se juega con el eterno entre el júbilo y la pena negra. El flamenco es la tragedia bajo una careta de alegría. Y es cuando suena el taranto, instrumental, el fa sostenido que suena desde el fondo de la mina. La artista sigue buscando dentro y saca mineral del bueno. Con las alegrías llegó lo mejor de Isabel, con bata y garbo zalamero, y de Miguel. También hay originalidad. Como en la incorporación del pasodoble y no la manida zambra. La puerta se vuelve a abrir, como herida en este caso y vuelve el martinete resuelto con maestría sobre la voz grabada de Agujetas. Esa nasalidad atábica que nos evoca el llanto humano y el sonido más primitivo. Por bulerías se remata con repajolera gracia. Cuando hay grandes ideas al servicio de grandes artistas no hace falta más que ponerse a cantar, a bailar y a tocar. Pero eso es un privilegio de pocos.