opinión

Mar de Leva | And the Oscar goes to...

Ala hora en que está usted tomándose el cafelito y leyendo este periódico sabrá lo que yo no sé en el momento en que lo escribo. O sea, quién y quiénes han ganado el Oscar de la Academia de Hollywood, ese acontecimiento anual donde el resto del mundo actúa como convidado de piedra y que en ocasiones provoca sus buenas polémicas entre los aficionados al cine, que también fuera de las tablas del Gran Teatro Falla existe el cajonazo, aunque no sepan cómo llamarlo. Hubo épocas, cuando uno era más joven y más le entusiasmaba el séptimo arte, en que me quedaba escuchando por la radio o viendo por la tele la ceremonia. Ahora ya no, quizá porque las películas a concurso me interesan algo menos, quizá porque basta levantarse temprano y acudir a internet para tener resuelta la papeleta. En el fondo, uno recuerda con algo de nostalgia aquellas porras que en clase planteaban mis alumnos más cinéfilos, las discusiones sobre si tal actor o tal director merecían más que tal otro o tal otra la estatuilla dorada.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Otros tiempos, al menos para mí, que ya me creo muy poco de muy pocas cosas, y por eso, a los dos días de empezada la campaña electoral, ando como loco porque se termine de una vez y todo vuelva a la normalidad anormal de este país nuestro, sin musiquitas, sin globitos, sin banderas, sin adolescentes posando con cara de alelados en las pantallas tras el estrado de los candidatos. En el fondo, la gran característica de esto de los Oscars es que la implacable maquinaria de propaganda del amigo americano es capaz de vendernos los premios que unos amiguetes se dan a sí mismos (hoy por ti, mañana por mí, siempre nos quedará París, y etcétera), como si de unas elecciones democráticas se tratara. Y claro, nada hay más lejos de la realidad: los Oscars, por mucho que nos lo lleguemos a creer en algún momento de nuestra pasión cinéfila, no son ni más ni menos que eso, el espaldarazo que la industria se da a sí misma para seguir explotando las taquillas, igual que el día de los enamorados que hace un par de semanas hemos dejado atrás o el día del padre y de la madre, que asoman en la lontananza de nuestras tarjetas, son invenciones de los hipermercados y centros comerciales al uso.

Siempre lo explico yo, a mis chavales, cuando se emperran en querer equiparar calidades cinematográficas tan difíciles de medir, tan absurdas, y protestar ante los resultados porque no son de su apetencia: nadie puede quejarse de qué comida pone cada uno en su casa. Lo divertido es cómo Hollywood es capaz de vendernos la burra una y otra vez todos los años, cómo picamos a pies juntillas con las nominaciones, cómo se les va viendo el plumero cada vez más porque la inmensa mayoría de las películas de premio corresponden a los estrenos de final del año pasado, no a los primeros meses del mismo, y por eso muchos de los títulos que anoche habrán desfilado por la alfombra roja entre anuncios, trajes de diseño, joyas y sonrisas profidén, ni siquiera nos han llegado a España.

Ni a Cádiz, porque esa es otra. Vale que el cine indostaní debe ser aburrido de narices y no de un euro, y que aquí sólo veamos cine muy comercial y a veces ni siquiera el que gana el Oscar por esos chanchullos raros que hacen las distribuidoras, pero tiene mandanga que el nominado español al mejor actor secundario, Javier Bardem, no pueda ser apreciado en nuestra ciudad por su trabajo, es decir, por su creación de un acento imposible, y tengamos que verlo doblado hasta que dentro de unos meses salga el DVD que nos permita disfrutarlo. Charlaba el otro día con José María Conget, que tanto quiere a Cádiz y con Cádiz, ahora profesor en Sevilla, y me contaba que todavía iba cuatro veces al cine a la semana, porque allí la oferta era variada, y podía disfrutar de películas en versión original. Una posibilidad que a nosotros se nos escamotea tradicionalmente. Como se nos escamotea la nitidez de las pantallas (se ve, sí, mucho mejor todo en la tele de casa). Como se nos escamotea que hoy vamos al cine no a ver películas, sino a comer palomitas. Sinceramente, me importa un comino, querida Escarlata, a quién le hayan dado esta noche el Oscar.