¿POR QUÉ NO TE CALLAS?. La amonestación del Rey don Juan Carlos al presidente venezolano Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana pasará a la historia de las relaciones internacionales.
ESPAÑA

Una débil presencia exterior

El Gobierno ha descuidado sus relaciones con Estados Unidos y la UE y ha apostado por África y la cooperación al desarrollo, en una legislatura centrada en los asuntos domésticos

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EN una legislatura caracterizada por una polarización extrema en torno a cuestiones de política doméstica, la acción exterior de España ha quedado desdibujada por una notable falta de definición en ámbitos clave como las relaciones con Washington e Iberoamérica. También por el alcance aún desconocido de la apuesta del Gobierno socialista por territorios nuevos como las relaciones con África y la política de cooperación. Marcada por el «¿por qué no te callas?» que le espetó el Rey al presidente de Venezuela, los fugaces apretones de manos entre José Luis Rodríguez Zapatero y George W. Bush y la ausencia de España en importantes reuniones informales, la mayoría de los expertos consultados coinciden en destacar la debilidad de la política exterior de un país tan falto de consensos básicos en torno a ciertas decisiones de Estado.

«La política exterior, por diversas razones, no ha brillado durante los pasados cuatro años, en los que no pareció ser -importa poco que la percepción fuera fundada o no-, una de las prioridades del presidente del Gobierno, más volcado en las 'cosas de casa'», escribe Andrés Ortega, director de Foreign Policy en castellano, en el último número de la revista.

Los candidatos en liza en las convulsas generales de 2004 centraron el debate electoral en un factor difícilmente cuantificable como es el prestigio exterior de un país. Mientras el entonces aspirante socialista prometía «devolver a España al corazón de Europa» tras los coqueteos atlantistas de José María Aznar, el PP se aferraba al lema del ex presidente conservador de sacar la «marca España» del «rincón de la historia». En el balance final, ni una cosa ni la otra.

Para Vicente Palacio, subdirector del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas -un think-tank cercano al PSOE-, «el gran éxito de esta legislatura ha sido el refuerzo de un 'nicho de poder blando' para España en las áreas de la Alianza de Civilizaciones y la cooperación al desarrollo». Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) y colaborador de Faes -el laboratorio de ideas del Partido Popular-, cree, sin embargo, que «hemos perdido la posición de autoridad de que gozamos en otro tiempo para pasar a ser invisibles».

El arranque con Irak

La primera decisión del Gobierno Zapatero -la retirada de las tropas españolas de Irak-, puso de manifiesto desde el minuto cero el verdadero axioma que rige las relaciones internacionales: las medidas de política exterior responden a motivaciones de política interior. Así, Palacio describe un «repliegue a una visión doméstica de la política, abandonando la urgente reforma organizativa del aparato de la acción exterior y descuidando el análisis estratégico».

Con la salida de Irak, el dirigente socialista marcó sus cartas en el ámbito diplomático: retorno al eje franco-alemán, distanciamiento con respecto a Estados Unidos e insistencia en la primacía del derecho internacional. Un golpe inicial espectacular en materia exterior que, sin embargo, dio paso a una legislatura escasamente emocionante, de no ser por el histórico «¿por qué no te callas?». Para Valentí Puig, analista internacional, termina una legislatura «improductivamente distante de Washington, sin alianzas en la UE, desatenta a la izquierda posible latinoamericana por una grotesca mímesis más próxima a Castro, Chávez o Evo Morales que a Lula da Silva, y sin efecto concreto con la parafernalia de la Alianza de Civilizaciones».

El incidente verbal entre el Rey Juan Carlos y Hugo Chávez en la última Cumbre Iberoamericana, celebrada en Santiago de Chile en noviembre, puso de manifiesto la arrogancia del embate ideológico lanzado por Venezuela con el apoyo de los hermanos Castro en Cuba, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua. Y, sobre todo, la dificultad de España de contrarrestar la «diplomacia del petróleo» del mandatario bolivariano. «En Iberoamérica, se ha tratado de lidiar con los populismos, pero ha faltado liderazgo para ofrecer un plan alternativo desde Europa al Cono Sur», opina Palacio. Los acontecimientos que se desarrollen en Cuba a partir de hoy y los actos por los bicentenarios de la independencia de diversos países iberoamericanos que se sucederán en estos años deberán servir para afianzar la posición de España.

En este horizonte, otro país pequeño emerge con fuerza en el mapa: Kosovo. Como reconoce el eurodiputado socialista Emilio Menéndez del Valle, «Kosovo exige una atención prioritaria porque puede derivar en algo peligroso, no ya en relación a Cataluña y Euskadi -hablamos al fin y al cabo de un modelo de independencia tutelada, un trusteeship de la ONU con ocupación militar-, sino por el precedente que establece para los serbios de Kosovo, para Voivodina, Transilvania o las minorías húngaras».

Mirar hacia Europa

«El problema es que la posición española sobre Kosovo no se encuentra en ningún sitio porque no cuenta», cree Íñigo Méndez de Vigo, eurodiputado por el PP. La ausencia de Zapatero en la mini-cumbre económica convocada por el premier británico, Gordon Brown, en Downing Street el pasado 29 de enero, a la que sí asistieron los presidentes de Alemania, Italia y la Comisión Europea, es destacada por quienes denuncian la pérdida de relevancia de España en Bruselas. «Desde 2004, España ha perdido aceleradamente su posición privilegiada en la UE debido al desinterés del Gobierno, la poca firmeza en la defensa de los intereses españoles y algunas apuestas estratégicas fallidas, como la Constitución europea y el tándem Chirac-Schröder como contrapeso a EE UU», opina José María de Areilza, profesor de Derecho Comunitario en el Instituto de Empresa-Law School.

Menéndez del Valle considera que «hemos vuelto al corazón de Europa». Destaca el papel de España en la Conferencia Euro-africana sobre desarrollo celebrada en Rabat en julio de 2006, la reunión en Madrid de amigos de la Constitución europea de enero de 2007 y, sobre todo, «el haber puesto la inmigración como primer plato para la UE». Méndez de Vigo, coautor del informe sobre el Tratado de Lisboa aprobado por el Parlamento Europeo el 20 de febrero, replica que «no ha habido ningún input político significativo de España en Bruselas» desde que Rodríguez Zapatero comprendió que «el eje franco-alemán al que quería volver dejó de ser el corazón de Europa hacia 1999, cuando se convirtió en una sociedad de socorro mutuo para la defensa de intereses nacionales de Chirac y Schröder».

La presidencia española del Consejo de Ministros de la UE en el primer semestre de 2010 -las anteriores fueron en 1995 y en 2002-, ofrece una hoja de ruta para aclarar la posición de España en una Unión ampliada a unos 30 países y liderada, inevitablemente, por la energía de Nicolas Sarkozy y de Angela Merkel.

«España debe volver a ser un interlocutor fiable y obligatorio para los socios europeos, levantar la vista y ser capaz de proponer iniciativas», explica Areilza.

La sombra de Sarkozy

Antes, cuando Francia tome el testigo de Eslovenia en la presidencia de la UE el 1 de julio, España deberá defender la marca Barcelona como eje de las relaciones de la Unión con los países del sur del Mediterráneo, frente al intento francés de sustituirlo por una Unión Euromediterránea.

En este campo, Palacio lamenta que «ha faltado iniciativa política y estrategia económica en relación al proceso euromediterráneo de Barcelona, lo cual ha sido aprovechado por Sarkozy, y ha producido una pérdida de mercado para las empresas españolas en favor de las francesas».

Más optimista en esta área se muestra Gema Martín Muñoz, directora general de Casa Árabe: «Nunca se había dado un grado de confianza e intercomunicación con Marruecos como en esta legislatura», proclama. Los intentos de contentar a Rabat y a Argel -dos países enfrentados por la cuestión del Sáhara-, obligan a ejercitar una incómoda gimnasia diplomática a Madrid, que necesita tanto el gas argelino como la paz con Marruecos en Ceuta y Melilla. «Ha prevalecido una política global hacia el Magreb en la que cada país tiene entidad propia en las relaciones con España», cree esta experta en mundo árabe. «Y en ese sentido, las relaciones con Argelia han funcionado bien y las empresas españolas están participando allí muy activamente», afirma. En la cuestión no resuelta del Sáhara, Palacio cree, por el contrario, que el Gobierno ha defendido «una cierta ambigüedad que no ha convencido ni a argelinos ni a marroquíes».

Ante esta diversidad de opiniones, algunos indicadores confirman de manera más objetiva que el Gobierno socialista ha realizado un esfuerzo presupuestario considerable. En 2004, la dotación económica del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación fue de 1.044 millones de euros, mientras que este año será de 3.406, más del triple. Entre mayo de 2004 y finales de 2007 se han creado doce nuevas embajadas -con una ampliación de la cobertura sustancial en África sumando nuevas legaciones en Mali, Cabo Verde, Sudán, Níger, Guinea Conakry y Guinea Bissau-, ocho consulados generales, y hay cinco representaciones más en tramitación.

En política exterior, sin embargo, los gestos cuentan más que las cifras. Y en la legislatura que termina, las relaciones entre España y EE UU, muy distantes desde la retirada de Irak, han quedado reducidas al segundero que medía los saludos entre Bush y Zapatero. «Hola, ¿cómo está?», preguntó el tejano -en castellano- al presidente español, en su último cruce de palabras ocurrido en septiembre pasado en la ONU. «Good to see you again» (qué bueno verte de nuevo), zanjó Bush.

A partir de noviembre, ya sea con Obama, Clinton o McCain en la Casa Blanca, Washington medirá sus relaciones con España con una vara sumamente incómoda para Madrid: el refuerzo del despliegue de tropas en Afganistán como misión de combate, y no de paz. Y gobierne quien gobierne, superar la reticencia de la opinión pública a ver a su Ejército comprometido en guerras lejanas requerirá un esfuerzo de pedagogía política que sólo es posible con el acuerdo de las principales fuerzas políticas, una condición ausente en la legislatura que termina ahora. Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano, no cree que vuelva nunca el consenso exterior alcanzado entre los 60 y los 90, pero insiste en que «habrá que determinar una base común mínima sobre el papel maduro que España quiere desempeñar en la Unión Europea y en un mundo globalizado».