
Condenados al amor
Javier García Sánchez, «una mezcla de Paulo Coelho y Terminator», regresa a la ficción con una intensa novela sobre el poder de los sentimientos
Actualizado: GuardarUna mezcla de Paulo Coelho y Terminator». Así de irónicamente se define como escritor Javier García Sánchez (1955), un corredor de fondo de la literatura, un narrador exigente que, con veinte títulos a sus espaldas, regresa a la arena editorial con El otro amor (Planeta). Advierte García Sánchez que ésta, como todas sus novelas, pondrá a prueba al lector. No oculta que es «el más duro e intenso de mis libros» y advierte que «puede causar estragos en el lector que lo aborde con la guardia baja». «He escrito sobre el miedo al compromiso, sobre el temor a dar y recibir, algo que creo es una de las enfermedades del siglo como la depresión», explica este narrador de largo aliento, nacido en Barcelona hace 52 años, y autor de 'novelones' como El mecanógrafo, La historia más triste o Dios se ha ido por las que mereció los premios Ojo Crítico, Herralde y Azorín.
A juicio de García Sánchez hemos perdido la capacidad de comprometernos no sólo en el amor, sino que decae también el compromiso ético político o el social. Él se centra en su nueva novela en el amor y el desamor «en el miedo insondable que tenemos a que el amor decaiga cuando nos cruzamos con él, a que el amor sea víctima de la rutina, que es el cáncer del amor». Y eso que cree García Sánchez que a pesar de la desolación del desamor «todos estamos condenados a enamorarnos, y eso nos salva».
Expresa García Sánchez estas sensaciones y reflexiones a través de Eva, una mujer que sabe que dentro de un año tiene una cita inapelable con la muerte y que repasa su vida. Un repaso en el que pronto comprende que debería haber amado más y mejor y que debe darse un nueva oportunidad. «Deberíamos ser más valientes para afrontar la muerte y el desamor, que para muchos supone la muerte en vida» plantea el escritor, que a pesar de todo, apuesta por un final esperanzador. «Es lo más duro que he escrito, y no es por su lenguaje. La protagonista se enfrena a esas verdades que no queremos oír y que cortan como cuchillos» explica García Sánchez, reconociendo que en parte, y como ocurre siempre con cualquier ficción, en la novela hay algo de su propia experiencia. «Yo soy las novelas que me hubiera gustado escribir y en ésta, como en cualquier otra ficción, el autor nunca sabe hasta qué punto es autobiográfica». «En este caso quizá lo más autobiográfico sea el sentimiento de culpa que nos asalta a todos cuando perdemos a alguien próximo; en mi caso mi padre, que murió tras una penosa enfermedad degenerativa y a quien traté de una forma esquiva», se lamenta García Sánchez. Admite luego que el «cataclismo» que puso en marcha el engranaje de esta novela fue también una situación personal.
«Por primera vez en mi vida había dejado de ser amado. Era un juguete roto. Me hundí hasta que comprendí que en otras ocasiones el verdugo había sido yo. Que hay veces que desde que empiezas a amar, empiezas a matar», explica.
Cinéfilo de vuelta
Admite Javier García Sánchez que hubo un tiempo en el que cabía definirlo como un cinéfilo. Incluso algunas de sus narraciones se han vertido en imágenes, pero con el pasar del tiempo le ha ganado el escepticismo y mira con total desconfianza al séptimo arte «en un tiempo en el que parece que hay que estar loco para escribir novelas y para leerlas».
Planteamiento lógico en un escritor que admite abiertamente el lenguaje audiovisual está acabando con la novela. «El mayor enemigo de la literatura es el lenguaje cinematográfico» lamenta. «Los escritores reconocen además abiertamente que escriben pensado en imágenes y eso acaba con la novelas, que se crean en soledad y se lee también en soledad». Tan escamado está con el cine que García Sánchez dice que asegura que esta su última novela es «una historia maravillosa que no se puede llevar a imágenes». Aunque se quiera.