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La orquídea que me regalaron en el primer aniversario del periódico ha florecido de pronto, dos años y medio después. Atrapada entre la impresora, el teléfono, el desorden de diarios y papeles acumulados, el calendario, la radio, los bolis perdidos, la pequeña maceta ha resistido sin más alimento que las sobras de una botella de agua mineral de vez en cuando, quizá porque el calor que hace aquí es tropical, o porque existe el cambio climático, o porque a este tímido vegetal le va la marcha de este entorno tan enloquecido. Cata dice que es un buen presagio. Sin duda lo será, no hay más que ver las flores y los nuevos brotes que se anuncian. Miro el tiesto y no me lo creo. Llamo a quien me la envió para anunciárselo y debe pensar que estoy más zumbada que de costumbre, pero también se asombra.
Actualizado:En estas que por fin han pasado nueve meses, más o menos, desde el día en que Landi me dio a leer uno de sus Maestro Liendre, con la excusa de revisar algún detalle del artículo. Era un sorprendente ejercicio de refutación del pesimismo y yo le descubrí el juego: iba a ser papá. Era enternecedor ver, desde la media distancia entre mi mesa y la suya, cómo intentaba disimular la alegría de su nueva paternidad, que aún no quería anunciar. Pues la otra noche al fin aumentó una página su libro de familia, empezó su baja paternal y aquí recompusimos filas, en lo organizativo, y nos intercambiamos mensajes de urgente alegría con la primicia, porque no deja de ser el más enorme prodigio, ya lo he dicho en otra ocasión, procrear con estas jornadas que tenemos.
Así andan nuestras pequeñas vidas, entre grandes noticias merecedoras de cinco columnas en portada, y mayores acontecimientos, que no se publicarán en ninguna parte. Todo parece que sucede en un zoom, a velocidad de vértigo, mientras en el centro, en el centro del centro, algo permanece inmóvil, estable, frío, como en el corazón del tornado.
Siempre oportuno, con su instinto para detectar necesidades perentorias, José Antonio Hernández me trae las pruebas de su próximo libro, «El arte de callar», que será el regalo que la Diputación hará en el próximo Día de la Provincia, una iniciativa de Paco Cabaña con evidentes lecturas maliciosas en estos tiempos de campaña electoral. Los pliegos sin coser, tan en precario aún, recogen todo un programa vital que debería ser de lectura obligatoria: un revindicación de la necesidad de cerrar la boca cuando no hay nada que decir, o cuando el ruido es demasiado fuerte como para poder hacerse escuchar; de la cantidad de cosas que se pueden decir sin palabras. Demasiadas sutilezas, lo concedo, para los tiempos que corren.
Son impresiones diversas, pinceladas gruesas como las de La puesta de sol de Monet, que subvirtió los caminos del arte, y juntas forman un cuadro de situación personal y panorámico. Otra manera posible de ver la vida y de buscarle las costuras a lo que pasa, porque no todo es lo que surge, lo que aparece, lo que existe y se encamina como un caballo desbocado hacia la hora del cierre.
Entre tanto, en algún lugar escondido de un despacho remoto alguien nos vigila: sabe no ya a dónde vamos o qué compramos, sino qué pensamos, cómo reaccionamos a lo que oímos, qué queremos, para conseguir, sobre todo, que votemos lo que él prefiera.
Pero mientras las orquídeas alienígenas florezcan, nazcan niños, los amigos nos sigan apoyando, se escuche el silencio y conservemos el eje del centro del huracán, podremos mantenernos a cubierto. Y eso ya es muchísimo.
lgonzalez@lavozdigital.es