LA RAYUELA

Cortázar en El Cambalache

El Cambalache estaba a rebosar, lleno de humo, música, palabras y algún que otro Cronopio charlando con una atractiva Esperanza que, acodada en la barra, escuchaba con la mirada perdida. De la guitarra de Luis Balaguer salían acordes que cogían del talle al contrabajo de Lila Herovitz para bailar tangos y milongas.

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Estábamos allí convocados por el Área de Cultura de la Diputación, que celebraba la buena nueva de que Julio Cortázar, -al que los cronistas dieron por muerto en 1984-, andaba en realidad más vivito que nunca; como prueba el libro-almanaque Volver a Cortázar, que se presentaba en el acto. Nieves Vázquez, organizadora del congreso del 2004 y coordinadora del libro, aseguraba que lo había visto cruzando por el Callejón de los Negros embutido en su gabardina, con las solapas levantadas para protegerse de la humedad que sube del puerto, la colilla en la boca y el flequillo al viento. Ya lo advirtió en su día García Márquez, que lo de su muerte era una increíble invención de los periódicos, que él está aquí y sólo es invisible para los que no creen en los Cronopios.

Así que Nieves reunió a unos cuantos cortazarianos que, con las pistas que dejó en Cádiz su viuda Aurora Bernárdez, se pusieron a buscarlo sobre el plano de la ciudad. Fueron así construyendo hipotéticos destinos y rumbos por los que Julio andaría sin duda buscando sin buscar, pero con la certidumbre de que acabaría encontrando a la Maga; que aquí en Cádiz se haría llamar Gema, Cheres, María, Flor, Mamen, Toñi, Carmela, Concha, Ángeles, Rosario o Marina. Concluyeron que si Julio aún andaba por aquí, se dejaría caer cualquier jueves por el Camba, para tomarse unos cubatas escuchando a la Big Band.

Así que le tendieron una trampa, llena de guiños que los Cronopios saben leer en el viento. Una Esperanza argentina leyó un poema que se transformó en un pañuelo de seda que Julio había tejido con versos y que ella movía con una voz de cadencia porteña, ondulada, flexible y suave como la cadera de una tanguista.

A un despistado Cronopio que alabó su voz le contó que, con ella, lo mismo podría atender con éxito un locutorio erótico, cosa que le excitó tanto que se puso a bucear en su memoria en busca de algunas de las páginas donde Julio había dejado pistas de los territorios del amor. Modelos para armar que contienen las instrucciones de un juego cuya clave es una pieza de Charlie Parker, Thelonius Monk o Dizzy Gillespie.

Pero para entrar en el juego hay que saber saltar a la rayuela. Todos sabíamos que estaba por allí, pero con tanta gente, cuando llegabas al fondo de la barra, te decían que a poco se había marchado buscando la caja de fósforos que dejó olvidada en el billar del fondo. Y allí te juraban que le dio al taco antes de guardarse el piolín que alguien dejó como pista.

No estoy seguro, pero juraría que alcancé a verlo salir de refilón, iba acompañado de Fernando Quiñones, que este Carnaval anda disfrazado de Estatua a la entrada a la Caleta y que con sonrisa de fauno le iba susurrando chistes y coplillas, mientras le ayudaba a empujar esa dichosa puerta que tanto cuesta abrir para salir a la intemperie y que Hassan no cambiará en la vida.