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CONTRALUZ. Tres de las mujeres maltratadas, en la casa de acogida. / IGNACIO PÉREZ
ESPAÑA

Las amigas de los martes

Cinco mujeres maltratadas ofrecen su estremecedor testimonio durante la terapia de grupo que realizan cada semana en un piso de acogida de Villanueva de la Serena (Badajoz)

P JON AGIRIANO /
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Cuando lo comprendieron, Isabel, María, Nuria, Mercedes y Regina denunciaron a sus maridos, torturadores en la intimidad, y buscaron refugio en la Unidad de Protección de la Mujer que gestiona el Ayuntamiento de Villanueva de la Serena. Ahora, cuando sus parejas están en la cárcel o pesa sobre ellas una orden de alejamiento, se reúnen cada martes con la psicóloga Isabel Arrighi en un piso de acogida para mujeres maltratadas -su emplazamiento es secreto por motivos de seguridad- y hacen terapia de grupo. Alrededor de una mesa, con una manta sobre las piernas -el visitante constata que no es por el frío sino por una necesidad física de sentirse arropadas-, hablan como amigas de sus vidas rotas. En sus voces y sus gestos hay una tristeza que lo abarca todo. En la pared, un cartel recuerda que existen amores y silencios que matan.

Zapatitos de velcro

-Isabel. «A mí lo que más me duele es que seamos nosotras las que tenemos que escondernos. La orden de alejamiento la tienen ellos, pero la cumplimos nosotras. Somos nosotras las que cambiamos nuestros hábitos para no cruzarnos con ellos».

-Mercedes. «Los hábitos te cambian para toda la vida. Yo tengo esa sensación. Sé que él está en la cárcel y que no va a salir en una buena temporada, pero es igual. Sigo mirando por la mirilla cada vez que salgo de casa y al niño pequeño no le compro zapatitos con cordones. Figúrese qué tontería. Pero se los compro con velcro para poder atárselos antes y que no me pueda sorprender por la espalda cuando estoy agachada».

-Nuria. «Yo creo que el miedo no se me va a quitar nunca. Lo que espero es que algún día se le quite a mi hija, que ha vivido aterrada toda su vida. Pensando en ella cogí fuerzas para denunciarle. Fue el 1 de enero. Me estaba dando patadas en el suelo de la cocina y yo sólo veía a mí hija llorando, agarrándole de la chaqueta y diciéndole que no me pegara más. Después de trece años, ya no lo pude soportar. Año nuevo, vida nueva, me dije».

-María. «Lo malo de los niños es que no sabes cómo va a afectarles lo que han visto en casa. Seguro que mal. Mi hijo de seis años me vino un día por detrás y me pegó un puñetazo muy fuerte en la espalda. Cuando le pregunté que por qué le hacía eso a su mamá me contentó que también papá me pegaba.

-Regina. «Yo me he separado hace cinco meses y, aunque me ha pegado algunos golpes, lo mío ha sido, sobre todo, maltrato psicológico. Durante 35 años he vivido a su merced. Es un hombre de ordeno y mando. Es increíble hasta qué punto te pueden hacer sentir que no eres nada, absolutamente nada, una mierda con la que a veces se desahogan en la cama».

La excusa de la epilepsia

-Nuria. «Cuando salía por televisión la noticia de un marido que había asesinado a su mujer, ¿sabéis lo que me decía? Pues que cómo estaría ese pobre hombre para haberla matado».

-Isabel. «Es una constante humillación. Le ves que llega a casa a las tantas de la madrugada, borracho, con manchas de carmín en la camisa y oliendo a perfume de mujer. Y encima quería que le tuviese caliente la cama».

-«Es que eres su posesión», apunta la psicóloga.

-María. «Y lo peor es que tú misma te llegas a sentir así. Yo le he llegado a pedir que me perdonara con la cara ensangrentada. Que me perdonara por no tenerle puesto el plato caliente en la mesa cuando llegaba a casa. Y no crea que no se lo tenía puesto por capricho. Es que estaba dando el biberón al niño».

-Nuria. «Yo he sentido pánico también en la calle. Iba con él al súper, por ejemplo, y como me saludara un hombre me entraban ganas de llorar sabiendo lo que me esperaba en casa. Eso le volvía loco.

-Mercedes. «A nosotros sólo nos dejaba ducharnos un día a la semana con agua caliente para que no gastáramos. Quería todo el dinero para sus drogas. Tampoco me dejaba ir al ginecólogo. Si iba tenía que ser una mujer. Y cuando llegaba a casa me preguntaba si era tortillera y me pegaba. Al final, el terror puede contigo. Por eso tardas tanto en denunciarle. Yo lo he ocultado durante años. De los golpes que me ha dado tengo dos vértebras hechas polvo y me dan ataques de epilepsia. Y cuando salía a la calle con la cara llena de moratones ponía la epilepsia como excusa. Decía que me había caído».

-María. Otra cosa que nos duele a todas es la falta de comprensión cuando denuncias a tu marido.

-«La revictimización es terrible», aclara Isabel Arrighi.

-María. «Mi suegra me dice ahora que no lo he sabido llevar. Le preguntaría que cómo se lleva a un hombre que te pone un cuchillo en la garganta y te dice que te va a cortar la cabeza. Antes era la buena, la pobre que aguantaba todo. Ahora soy una miserable».

Los dos pecados

-Regina. «Yo he ido a misa y he tenido que escuchar a una señora decirme que cómo me atrevía a ir a la iglesia si estaba en pecado mortal».

-Isabel. «A mí su familia ya no me habla. Durante años, me han dicho que le denuncie, que no tenía por qué seguir soportando sus palizas. Y cuando le denuncio se lanzan contra mí, como si les hubiera avergonzado a todos ellos delante del pueblo».

-Mercedes. «Los vecinos me dicen ahora que cómo he aguantado tanto. Es alucinante. Llevaban años oyendo mis gritos y ninguno fue capaz de llamar a la Guardia Civil. Te sientes muy indefensa. Ni siquiera de los jueces te puedes fiar. Yo me he presentado ante una juez con el ojo morado y va y me suelta que los moratones me los había hecho yo para conseguir el alejamiento».

-Isabel. «Mi primer pecado ha sido quererle mucho. Y el segundo, que iba a cambiarle».

-Regina. «Es el pecado de todas».

-María. «Todas nos casamos para toda la vida. Es algo que lo comentamos mucho, ¿verdad? Nos casamos muy enamoradas de nuestros maridos».

Conmovido, el visitante les pregunta por el futuro, por sus esperanzas en la vida. No tienen muchas.

-Isabel. «Yo sé que nunca me va a perdonar»

-Mercedes. «Yo sé que, cuando salga de la cárcel, tarde o temprano, intentará matarme. Ya me ha amenazado. Voy a matar a la puta y a los tres putitos. Saldrás en la tele», me dijo.