Lecciones de humilidad del flamenco más puro
Elu de Jerez, 'El Zambo' o Fernando de la Morena mostraron ayer su lado más humano y entrañable
Actualizado:En torno a cualquier profesión que ronde el artisteo siempre hay rumores -y no sólo rumores sino certezas- de vanidades, orgullos y chulerías que empequeñecen el genio de quien las padece porque, al fin y al cabo, deben ser un padecimiento y no una virtud. Por el contrario, si alguna nota dominante hubo ayer en la coqueta Bodega de San Ginés fue la humildad y sencillez de los artistas que desfilaron entre las botas.
Luisa Jiménez es madre y esposa todos los días del año y se achanta cuando tiene que hablar (que no cantar) de sí misma frente a un micrófono y medio centenar de pares de ojos. Sólo al subirse a un escenario junto al guitarrista es cuando reluce Elu de Jerez en todo su esplendor y maestría.
Fernando de la Morena, Luis El Zambo y Ana Peña reían ayer con el público al recordar sus tiempos mozos de las gañanías, el duro trabajo de la zoleta y los garbanzos dos veces al día aunque entonces predominaran «fatiguitas y mucha jambre». Estas lecciones de humildad hacen que los artistas sean aún más artistas y más admirables porque son personas que han dedicado su vida a cantar y lo hacen bien igual que otros que se han dedicado a la medicina y salvan la vida de la gente u otros que han preferido enseñar a leer a miles de niños con el Micho 1 y acaban teniendo entre sus viejos alumnos a un Premio Cervantes. No por haber paseado su arte por medio mundo tienen aires de grandeza ni exquisiteces y eso ensancha aún más su talento.
A lo mejor es el estable clima de la bodega o el sabor del oloroso en el paladar lo que crea un ambiente distendido cada mediodía, de tú a tú, aunque el usted (por admiración) jamás se le pierda a los artistas. Las conversaciones se alargan y el rumor de voces se vuelve más fuerte que el de la intensa lluvia cayendo en el patio del Consejo Regulador.
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