Cuerdas de terciopelo
La sobresaliente voz de la intérprete canadiense k. d. Lang infunde confianza y ternura en su nuevo álbum
Actualizado:Es curioso cómo Canadá ha visto crecer algunos de los artistas que mejor han sabido interpretar las raíces musicales de sus vecinos: Leonard Cohen, Joni Mitchell, Neil Young o The Band son los primeros de una lista que, no sólo no para de aumentar y actualizarse con los años (The Arcade Fire, Ron Sexsmith, Godspeed You Black Emperor, Rufus Wainwright, Broken Social Scene o Richie Hawtin son algunos de los últimos allegados), sino que también cuenta con artistas infrecuentes, capaces de extraer lo más selecto de la esencia más clasista de la música estadounidense sin renunciar por ello a su identidad, por muy chocante que pudiese resultar ésta para sus rudas y esteriotipadas costumbres.
En ese comprometido territorio se encuadra k.d. Lang (Consort, Alberta, Canadá, 1961), intérprete de insuperables facultades vocales que, sin esconder su lesbianismo, fue capaz de afiliarse a la corriente neo tradicionalista del country, estilo que, aunque ya no es lo que era, sigue encerrando ciertas connotaciones machistas y estando muy extendido entre las masas populares más retrógadas. Angel with A Lariat (1987), Shadowland (1988) y Absolute Torch And Twang (1989) son los títulos más remarcables de una primera etapa muy apegada a los sonidos sureños y que giraba en torno al dinámico honky tonk y el más pausado contrypolitan.
Sin apartarse demasiado del espíritu inspirador de Patsy Cline (Shadowland fue producido por Owen Bradley, frecuente director musical de Cline), con Ingénue (1991) Lang inicia una vía más abocada a la deslocalización genérica y con cierta inclinación hacia las estiradas tramas melódicas que le permiten sus capacitadas cuerdas vocales. Tras someterse a una prueba de fuego como A Wonderful World (2002), un álbum integrado por duetos junto al crooner Tony Bennet, y homenajear a sus paisanos en Hymns of the 49th Parallel (2004), que recoge versiones de Neil Young, Leonard Cohen, Joni Mitchell y Ron Sexsmith, entre otros, llega ahora Watershed (Nonesuch-DRO, 2008) con el propósito de recomponer y actualizar el aliento de aquel Ingénue de hace 17 años y ampliar su asociación con sonoridades de diverso perfil.
Bajo el envoltorio colectivo de una elegancia ensoñadora sin llegar a ser empalagosa, Lang acomete con firmeza y seguridad en sí misma la tarea de dejarse llevar por una marea de sonidos acolchonados e impolutos, desenterrados de una tradición inmarchitable y puesta al día por unos arreglos meticulosos, delicados y de esmerada corrección.
Country minimalista, jazz sedante y pop orquestado contribuyen a compactar un producto con pulso vívido, a pesar de su ternura, y perfectamente equilibrado por el trazado de esa voz de registro limpio e impecable que caracteriza a una k.d. Lang que ya tiene asegurado su puesto en la historia al lado de la inolvidable Dusty Springfield.