Economía y elecciones
Quien se guíe por las valoraciones de la situación económica que incluyen las encuestas o por los recién inaugurados índices de confianza para hacer pronósticos electorales, muy probablemente se estará equivocando porque, pese a las apariencias y a la aparatosidad de la coyuntura, parece más bien que las varas de medir del electorado serán en esta ocasión más políticas que económicas. Los ecos del debate Solbes-Pizarro abonan asimismo esta opinión.
Actualizado:Efectivamente, aunque no era posible prever la crisis norteamericana de las hipotecas basura, sí era de esperar que el recalentado sector construcción aterrizara más o menos súbitamente cuando los elevados precios al alza acabasen recortando irremisiblemente la demanda y los especuladores, que adquirían inmuebles para revender, consideraran concluido su negocio. Otros factores externos -la mencionada crisis financiera norteamericana, la subida mundial del precio de los alimentos, la imparable carrera del precio del crudo- han complicado la situación, pero por suerte los amortiguadores de que disponemos -el superávit público y la pertenencia a la Eurozona- están mitigando la ralentización, que dista mucho de ser dramática. Y que en todo caso no se debe a los errores del Gobierno sino a factores exógenos (en cualquier caso, y si hubiera que buscar responsabilidades políticas, resultaría que el estallido del boom inmobiliario es anterior a la llegada de Solbes a Economía en 2004). Todas estas cosas son perfectamente conocidas por la opinión pública, que sabe perfectamente que los márgenes de maniobra económica de los gobiernos en el seno de la Unión Europea y en el ámbito de la Zona Euro son muy limitados.
El debate del jueves entre Solbes y Pizarro puso de manifiesto que, a pesar de que se mantienen vigentes las tendencias que apuntan a los dos modelos socioeconómicos tradicionales. Las políticas neoliberales clásicas, en pos de un crecimiento sostenido con superávit y sin inflación, con el Estado reducido a una dimensión manejable y la economía productiva a cargo del desarrollo y la prosperidad, ya no tienen enemigos. E incluso el viejo concepto socialdemócrata de la redistribución se ha esfumado, sustituido por el criterio de la universalidad de los grandes servicios públicos, que es perfectamente capaz de conseguir la auténtica y deseable igualdad de oportunidades en el origen.
El debate económico es delicado porque está en juego el bienestar colectivo, y de ahí que el propio sistema financiero -banca y cajas de ahorros- y en su nombre el Banco de España han salido en tromba a desautorizar las infundadas declaraciones del inefable Eduardo Zaplana en las que este personaje aseguraba que algunos bancos y cajas españoles «tienen dificultades sin duda». El propio Rajoy, consciente de la gravedad de tal declaración, negaba en redondo ciertas insinuaciones de la prensa internacional y reconocía que la situación de dichas entidades es buena. Nadie puede dudar, ni los propios banqueros, que la crisis hará mella en sus cuentas de resultados, pero de ahí a sugerir terribles hecatombes hay un abismo, que ni siquiera se divisa en el horizonte.
Para bien o para mal, los elementos ideológicos y materiales que influirán más o menos intensamente en estas elecciones están relacionados con el devenir del cuatrienio, que la opinión pública juzga muy críticamente; sin duda, sectores de opinión castigarán a quienes resulten ser responsables de la crispación que hemos vivido, asunto sobre el que habrá lógicamente división de opiniones. Además, desempeñarán un papel relevante otros conceptos intangibles como prestigio, simpatía, capacidad, competencia, ilusión, relaciones con el nacionalismo, capacidad de pacto, etc., que acaban prevaleciendo cuando los discursos y los verdaderos debates rebasan las cotas de unos niveles mínimos de desarrollo y bienestar.
Si aquel legendario asesor de Clinton, James Carville, tuvo razón en 1992 al detectar que la economía era entonces y allí la base de la política, hoy hay que pensar aquí más bien lo contrario: no será la economía esta vez la que decida la ubicación del fiel de la balanza.