la mirada LOURDES PÉREZ

oportunidad y riesgo

E L PP se juega gran parte del éxito de su campaña en la credibilidad que sea capaz de transmitir sobre su programa económico en una coyuntura incierta como la actual. Porque la oportunidad que suponen para los populares las complicaciones sobrevenidas a las que se está teniendo que enfrentar el Gobierno encierra, al tiempo, un riesgo para sus opciones en las urnas. Y no sólo porque la tentación de recurrir al discurso más agorero choque con una realidad social en la que, al menos en estos momentos, la ciudadanía parece sentirse más inquieta por comparación con la larga etapa de bonanza anterior que porque perciba o tema la llegada de una crisis inevitable a sus bolsillos.

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Según los datos del CIS y de la mayoría de los sondeos, la economía es el único asunto en el que los potenciales electores reconocen al partido de Rajoy una capacidad de gobierno similar e incluso superior a la de los socialistas, lo que significa tanto un imprescindible gesto de confianza como un examen de responsabilidad. Pero, con todo, fueron las alharacas con las que los populares presentaron la candidatura de Manuel Pizarro lo que más ha acabado por comprometerles en un debate en el que, hasta entonces, habían dosificado con mimo sus propuestas en fiscalidad y política social arrebatando en buena medida la iniciativa al Gobierno.

Las expectativas generadas por la inclusión del ex presidente de Endesa en las listas del PP ha tenido desde entonces un efecto de ida y vuelta, cuya principal consecuencia puede ser, curiosamente, el haber descargado de presión al Ejecutivo al situarle enfrente a un candidato proyectado como un revulsivo y tan predispuesto a demostrar su valía. Quizá por ello, durante muchos minutos de su debate con Pedro Solbes dio la impresión de era Pizarro, y no el vicepresidente del Gobierno, el principal interpelado por las dificultades generadas por la zozobra financiera, el repunte del paro o el desbocamiento de la inflación. Como si fuera él, y no el máximo responsable de la estrategia económica al menos hasta el 9-M, quien no pudiera permitirse no salir airoso de un enfrentamiento dialéctico en que el ambos contendientes parecieron igualmente alejados de la ciudadanía a la que pretendían tranquilizar. Pero puede que, en realidad, el ánimo del aspirante popular comenzara a resentirse bastantes días antes del debate, cuando Rajoy presentó a su partido como la única alternativa fiable no sólo frente al «socialismo de los millonarios», sino para asegurar las necesidades de «los currantes» sobre los que más repercuten las estrecheces económicas. Semejante incursión en el tradicional imaginario de la izquierda hubiera precisado, para resultar plenamente creíble, que el número dos de Rajoy no atesorara un personalidad tan abrumadoramente apartada de la del ciudadano medio, cuya normalidad tanto reivindica para sí mismo el líder del PP. Obligado a conducirse como lo que no puede representar, la inesperada incomodidad de Pizarro reflejó el jueves las amenazas que siempre se esconden tras las oportunidades electorales.