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NI RASTRO. Dos agentes revisan el escenario del crimen un día después del mortal apuñalamiento. / J. M. ARAGÓN
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El asesino de Loli Amaya no dejó huellas en la colchonería donde la apuñaló

La Guardia Civil mantiene abiertas todas las líneas de investigación e indaga en el entorno de la víctima

SILVIA TUBIO
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Preocupación, ésa es la sensación compartida por todos los profesionales que están inmersos en la investigación por la muerte de Loli Amaya. Los días pasan y no encuentran esa pista definitiva que les lleve, al menos, a un sospechoso consistente. Pese al trabajo que están desarrollando el equipo de Policía Judicial de la Comandancia de Cádiz y los agentes del cuartel chiclanero, el caso es tremendamente complejo por la falta de indicios.

El asesino de la dependienta actuó rápido. Calculan que el tiempo transcurrido desde que entró en el establecimiento hasta que le vieron salir de él corriendo, fue de unos escasos quince minutos. Además, este periódico pudo confirmar ayer que la persona que apuñaló a la conileña no dejó huellas. Con estos mimbres, las pesquisas se complican y, además, tampoco hay una descripción clara del asesino salvo los datos que ya se conocen: que es alto, delgado, de apariencia joven y moreno.

Desde el primer momento, la Guardia Civil señaló que había varias líneas de investigación abiertas, incluso más allá de la teoría del atraco. Así, no sólo se han revisado las fichas policiales de los delincuentes habituales y si en el momento del crimen estaban en prisión. Los agentes también están trabajando en el entorno de la joven por si la clave pudiera estar más cerca. Pero estas indagaciones, por ahora, sólo tienen como fin el poder descartar hipótesis para ir concretando el móvil. Aunque la principal teoría sigue siendo que la joven murió a manos de alguien que buscaba dinero.

Una vida tranquila

La hipótesis del atraco se sostiene porque la joven tenía una vida aparentemente tranquila y alejada de graves conflictos. La relación sentimental que mantenía con su pareja duraba más de diez años y tenían planes de boda. Su muerte, además, evidenció el cariño que le tenían los vecinos de su Conil natal, que acudieron en masa a su entierro.

El ministro del Interior trataba de tranquilizar el jueves al afirmar que se había reforzado la investigación con más efectivos. Pero si este caso se diferencia de otras pesquisas por delitos de sangre cometidos en la provincia, es por la coordinación que existe entre la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Demarcaciones diferentes

La muerte de Loli Amaya se produjo en el contexto de una oleada de atracos. De ahí que desde el primer momento se haya hablado de que la colchonería donde trabajaba la dependienta fue el objetivo de un caco. En esa sucesión de robos violentos ha estado trabajando la Policía Nacional, ya que la mayoría de ellos han ocurrido en su demarcación. Por eso, nada más conocerse el apuñalamiento mortal de la dependienta, mandos policiales y de la Guardia Civil intercambiaron datos.

Las mismas fuentes consultadas explicaron que los delincuentes más expertos conocen bien las limitaciones que entraña la política de demarcaciones policiales, la cual delimita el espacio donde tiene competencias para trabajar cada Cuerpo y Fuerza de Seguridad del Estado (salvo en los operativos coordinados que implica actuar en diferentes zonas al mismo tiempo).

Por eso, no es extraño que traten de complicar el trabajo de los agentes cometiendo delitos en terrenos donde operan Fuerzas de Seguridad diferentes. Así, en esta última oleada de atracos, la cual se ha detenido tras el asalto sucedido en la sucursal de la Caja Rural de Chiclana, la Policía y la Guardia Civil han descubierto un nexo de unión. Las motos que utilizan los atracadores son robadas previamente en Cádiz y luego cometen los asaltos en otros municipios.

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