Memorias de la Frontera | La osadía del doctor Ramírez Heredia y del rector Diego Sales
El rector de la Universidad de Cádiz, Diego Sales, estuvo realmente magnífico al concederle el título de doctor honoris causa al pedagogo, escritor y político gitano Juan de Dios Ramírez Heredia. También lo estuvo su equipo, que volvió a escoltarle en esa intrépida aventura de cruzar la gruesa línea que separa el ámbito académico de la realidad pedestre. Y, en especial, Antonio Moreno Verdulla, decano de Ciencias de la Educación, que supo congeniar el pedigrí científico del doctorando con su proyección pública a favor del pueblo gitano excluido del pupitre y de muchos otros derechos durante cinco siglos de persecución.
Actualizado: GuardarSales habló de osadía a la hora de enjuiciar la peripecia vital de Ramírez Heredia, durante la noche del miércoles y en un Teatro Falla empetado de colorido, entre las togas del claustro, el verde botella del tecol de la Benemérita de Cádiz y la indumentaria canastera de los antiguos egipcianos llegados incluso desde Cataluña o Asturias para la ocasión. Osadía la suya, que desde que ocupó la titularidad del Rectorado ha apostado claramente por emparentar la Universidad clásica con la de la calle, al rendirle tributo no sólo a escritores de la talla de José Manuel Caballero Bonald o a humanistas como Carlos Castilla del Pino y Salustiano del Campo sino a músicos como Paco de Lucía, el primer flamenco que también asumió por vez primera un doctorado honoris causa en el país que inventó la ciencia del cante, del toque y del baile.
Ignoro si el público en general será consciente de lo que supone esa ruptura del corsé academicista y los sarpullidos que esa voluntad popular que no populista ni populachera puede despertar en determinados ámbitos universitarios más proclives a la conservación fósil de los latinajos, las vuecencias y el exclusivo mérito libresco para sustanciar cualquier reconocimiento desde las cátedras.
El nombramiento de Ramírez Heredia como honoris causa no sólo fue una algarabía gitana desde el paraíso del teatro a sus primeras butacas, con la presencia de entidades como la Unión Romani, que él mismo preside, o Secretariado Gitano y Presencia Gitana. También supuso un hermoso valle de lágrimas de emoción: cuando Juan de Dios Ramírez Heredia recordaba a su madre de Puerto Real con la alpargata en la mano para reprenderle por faltar a clase, poco faltaba para que reivindicase a las madres de hoy o a los patriarcas que esgrimieran las babuchas de la razón para que ningún niño ni ninguna niña de ese pueblo hicieran novillos del aula de la libertad y de la cultura.
Pero en su osado discurso, Ramírez Heredia tampoco olvidó una nueva reivindicación. Que no sólo se hable de la Andalucía de las tres culturas, con independencia del innegable peso que tienen las culturas cristiana, musulmana o judía. Que también se cuente con esa cuarta pata que es la de la cultura de los gitanos sin la que, probablemente, esta tierra sería bien distinta a lo que hoy es.
En estos tiempos raros en los que se habla de nuevas pragmáticas para los inmigrantes, sería conveniente recordar las que durante quinientos años sufrieron estos españoles que no lo fueron de pleno derecho hasta que la Constitución de 1978 erradicó todas las ordenanzas que les seguían considerando como los eternos sospechosos de un país sin alma. Quizá en memoria de todo ello, más allá del Gaudeamus Igitur y del Gelem Gelem, una solitaria serpentina cayó desde las cortinas del Falla como un guiño de fiesta sobre una larga memoria de llanto.