opinión

Anabolizante | Yo no me río

Q ue yo recuerde, aunque tampoco estoy muy segura, puesto que no soy una erudita de la televisión, el fenómeno de los reporteros caraduras comenzó con aquel primer Caiga quien caiga del Wyoming. Se trataba, entre otras cosas, de poner entre la espada y la pared a políticos y otros personajes de la vida pública haciéndoles preguntas comprometedoras delante de la cámara. No digo que estuviera mal, sobre todo porque algunos de aquellos reporteros tenían dos dedos de frente, y sobre todo, porque era la novedad del momento, lo cual siempre es un punto a favor.

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Javier Sardá también reclutó a un tipo cuyo nombre no recuerdo, que luego se ha dedicado a bailar en el programa de la Igartiburu haciendo gala de una gracia invisible a mis ojos. Este hombre amplió sus entrevistas a personas de la calle, generalmente mayores, a los que asaltaba en mitad de la acera para, simplemente, dejarlos en ridículo delante de los espectadores.

Ahora este «periodismo del caradura» ha proliferado en la televisión. No hay programa de entretenimiento que se precie que no tenga a un «reportero/a» con la cara de mármol que se dedique a hacer preguntas supuestamente «inteligentes» a famosos o no famosos, con deseos de cogerlos desprevenidos, in fraganti, para quedar por encima de ellos. Subtexto: «Mira que brillante soy yo, y que torpe eres tú».

Dudo de la calidad y del arte de estos insidiosos del micrófono. La cara dura no implica talento -y de eso creo que yo puedo hablar un rato-, e insultar a alguien delante de las cámaras, por más político que sea, no es ni brillante, ni de buen profesional. Pero bueno, son personajes de la vida pública, y ése es el precio que pagan. Lo que si me parece inmoral es que un capullo/a guapito de cara que va de guay, asalte a una persona mayor en mitad de la calle para reírse de ella delante de toda España. No comprendo a quién le puede gustar esto, por más éxito que tenga esta fórmula. Pero yo, insisto, yo no me río.