El paréntesis
El arranque oficial de la campaña electoral puso fin anoche a cuatro años en los que los dos principales partidos han librado una batalla ininterrumpida con el objetivo, en el caso del PSOE, de ensanchar la victoria cosechada el 14-M, y en el del PP, de revertir un resultado nunca plenamente asimilado por sus dirigentes. Las excepcionales y dramáticas circunstancias que condicionaron la cita con las urnas de 2004 han dificultado la elaboración de análisis fidedignos sobre la procedencia y la motivación de los tres millones de votos que ganaron los socialistas y de los más de 500.000 que perdieron los populares. Es decir, ha sido casi imposible discernir quiénes avalaron a Rodríguez Zapatero al margen del impacto que provocó sobre el electorado la masacre de Madrid y quiénes se alejaron de la candidatura de Rajoy no necesariamente por la gestión posterior a los atentados. De ahí que ambos partidos hayan venido a cuestionar la indiscutible legitimidad del escrutinio al concebir la legislatura como una segunda vuelta de aquellos comicios, exacerbando las divergencias en una interminable campaña electoral en la que anoche pudieron desnudar, al fin, sus verdaderas intenciones, pidiendo el voto de la ilusión en las promesas pero, sobre todo, de la convicción en la estrategia alimentada durante cuatro años.
Actualizado: GuardarNo deja de resultar paradójico que unos y otros, empeñados en las últimas semanas en desgranar compromisos concretos y cuantificables, apelen de manera tan indisimulada en sus lemas de campaña al factor emocional del electorado. Con su 'Motivos para creer', los socialistas esperan que los votantes a los que logró atraerse hace cuatro años aprecien tanto el valor de lo hecho como los obstáculos con los que el PP ha tratado de entorpecerlo, sobreponiéndose el 9-M al malestar, el desapego o el desgaste en la confianza que han provocado el fallido proceso para el final de ETA y las azarosas reformas autonómicas. De igual manera, el mensaje 'Con cabeza y corazón' de Rajoy parece querer persuadir a los suyos revindicando la racionalidad de su programa de gobierno, pero también la validez de la visceralidad que ha impregnado el discurso de los populares actuando como un potente instrumento para empastar a sus casi diez millones de votantes. Porque tras una legislatura que ha acabado convirtiéndose en un tenso y largo inciso, tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy piden una segunda oportunidad batiéndose en un desafío común. Que no es otro que la cita con las urnas no los transforme a ellos mismos en sendos paréntesis, incapaz el primero de afianzarse en un segundo mandato, lo que abriría una crisis sin precedentes en el seno del socialismo gobernante; e incapaz, el segundo, de imponerse a todos aquellos que dentro de su partido precisan de la derrota de su líder para avivar sus aspiraciones, que pasan por tender un puente metafórico entre la mayoría absoluta de Aznar y un incierto proyecto de futuro del que, en todo caso, se sienten herederos.