PABLO GARCÍA BAENA POETA Y PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS

«La poesía no sirve para nada: es sólo un adorno necesario»

El escritor rechaza la idea del poeta «triste y doliente» y reivindica que «sean muy ricos, que tengan palacios con piscina y que inviten allí a sus amigos»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pablo García Baena se sienta, en plena tarde de ventisca, al resguardo protector de una mampara, en un pequeño hotel del centro, y con las manos cruzadas y el gesto afable, acepta de buen grado que algunos extraños le pregunten -de nuevo- por su vida y por su obra, sin protocolos ni afectaciones, más allá de un apretón de manos y una sonrisa cordial.

El poeta -uno de los grandes maestros de la literatura española contemporánea, Premio Príncipe de Asturias y «amigo antiguo de José Manuel Caballero Bonald»-. visitó ayer Cádiz para participar en el ciclo Voces en el Museo que organiza la Asociación Qultura, y demostró que mantiene intacta su legendaria capacidad para practicar el sarcasmo como una forma superior de inteligencia.

-Ha dedicado su vida a la poesía. ¿A qué más se la hubiera entregado y no ha podido?

-Estoy muy satisfecho de haber elegido la poesía, pero me hubiera gustado ser pintor. Quizá por eso mis versos, en cierta manera, pintan como si lidiara por dentro con dos musas paralelas. En mi casa había un ambiente muy artístico. Mi padre era tallista (ahora se les llama imaginero, porque suena más importante), mi hermano mayor dibujaba maravillosamente y siempre estuve predispuesto a la creación. Fui a una escuela de arte en Córdoba, pero apareció la poesía, cuando menos la esperaba, y vino de la manera más insospechada.

-¿Cómo?

-De joven comencé a leer, y a sentir la necesidad de expresar ciertas cosas con un lápiz y un papel.

-Elija un recuerdo de ese poeta adolescente.

-El momento en que me encuentro con Juan Bernier en la Biblioteca Provincial y entro de lleno en el mundo de la literatura. Iba todas las tardes allí, a leer poesía. Conocerlos significó un gran descubrimiento: existían almas gemelas, seres como yo, con los que podía comunicarme.

-Elija un recuerdo especialmente emotivo de Cántico.

-Cuando ya no existe Cántico. La muerte de Ricardo Molina.

-¿Alguna vez pensó que podría vivir en la poesía?

-Ríe-. Yo nunca, en mi vida, he pensado que se podía vivir de nada. No tengo ninguna carrera, no quise ser abogado ni torero: nunca quise ser nada. Pero vino la literatura y mira, como el que flota sobre ella, sin prestarle mucha atención a la cosa, me estoy dando cuenta de que no me ha ido del todo mal. En serio: la poesía fue como un salvavidas. Aquí estoy.

-Luis Antonio de Villena, uno de sus grandes estudiosos, lo pone siempre como ejemplo de poeta puro, entregado a una sola causa. ¿Se identifica con esa idea?

-Así me ve él. Pero yo... ¿No puedo verme así, por Dios! Parecería una Virgen Dolorosa. Eso tiene que resultar pesadísimo... De hecho, me niego a verme de esa manera, como un misionero triste, que le llora e a los jóvenes en los talleres de poesía... ¿Qué horror! Sería un ser inaccesible, y ya ve que no me como a nadie...

-¿Qué tema y que formas no pasarán nunca de moda?

-Cualquier tema humano: el amor, el tiempo, la muerte. El hastío. No hay más que eso. Son sentimientos que compartimos todos. Sobre los que siempre hay algo que decir. Unos los expresan mejor que otros, pero ahí permanecerán siempre esos puntales, sosteniendo nuestras ideas. En cuanto a formas...¿Libertad total!

-¿Quién era para usted Ángel González?

-Lo conocí muy poco en persona, porque para conocer a un poeta en realidad basta, en muchas ocasiones, con sumergirse en sus libros. Le guardo una admiración rotunda. La primera vez que lo vi fue en Las Palmas, durante un congreso al que asistió Pepe Hierro: éramos los tres Príncipes de Asturias del momento.

-¿Y José Manuel Caballero Bonald?

-Es un amigo de los de toda la vida. Nos hemos escrito mucho. Cuando éramos jóvenes, hice un viaje memorable por Jerez de su mano, y no te quiero contar lo que nos reímos... Pepe Caballero lideró aquella embajada de Platero a Cántico, con Quiñones, Pilar Paz...

-¿Y Fernando Quiñones?

-La última vez que lo vi con vida fue en Cádiz, hará poco más de diez años. Y quiero decir con vida porque cada vez que quiero verlo ahora sólo tengo que abrir cualquiera de sus libros.

-¿Cuál es el libro que nunca falta en sus viajes?

-Yo, ¿libros?, noooo...

-¿O en su mesita de noche?

-Antes siempre decía que un Kempis, pero me arrepentí muchísimo... Lo tenía porque hacía bien con una bandejita... Era un librito diminuto, pero no lo leía nunca porque era muy triste y luego no podía dormir.

-¿Los mejores poemas surgen del dolor?

-¿No! También surgen muy buenos versos de lo contrario. El poeta no tiene que ser pobre y doliente, sino muy rico, y tener palacios, y jardines con piscina para invitar a los amigos... No. El dolor y la la pobreza no puede ser el único motor de la poesía.

-¿Para qué sirve la poesía?

-Para nada. Es sólo un adorno necesario. No me fío de las cosas que sirven para algo... Mira ese cacharro horrible que hay sobre la mesa. No sé lo que es, pero ¿verdad que no es bello?