A gusto de todos
En un intento de estar a bien con todos y a mal con ninguno, según recomendó Cervantes, la UE pactó ayer un texto sobre la independencia de Kosovo, provincia autónoma de Serbia hasta el domingo, en el que se limitó a tomar nota de la declaración de soberanía y asumió que cada uno de los 27 Estados miembros procederá como le plazca.
Actualizado:Seis de ellos, España incluida, no lo reconocerán porque asumen la posición, defendida por Rusia y por muchos especialistas en derecho internacional público, de que la declaración ha violado la legalidad y no es pactada por lo que, además, viola también el Acta de Helsinki que en 1975 declaró inalterables las fronteras europeas derivadas de la II Guerra Mundial. El texto recuerda que lo de Kosovo es un caso sui generis y de ninguna manera un precedente, reconoce que cada gobierno actuará según sus criterios y su tradición jurídica y recuerda que la Unión tiene un compromiso a largo plazo con la seguridad y la paz en los Balcanes. Y, a petición de España, menciona el Acta de Helsinki. Ha habido, por si no bastara para certificar la clamorosa desunión, una especie de carrera para quien llegaba el primero en el reconocimiento, posición que tal vez consiga el superdinámico presidente Sarkozy, cuyo ministro Kouchner, anunció antes de que se difundiera oficialmente el documento, que esta misma noche las autoridades kosovares tendrán una carta de reconocimiento. Lo sucedido en Bruselas había sido preparado minuciosamente y el propio presidente Bush, de visita en Tanzania, ya había dado la señal de salida para el reconocimiento. Y de modo muy coherente, por cierto porque la acción de Washington, su impulso, ha dirigido el proceso por completo. Sus principales socios europeos han seguido, obedientes, sin inmutarse.
Los norteamericanos han aplicado, sencillamente, su estrategia de cerco a la Federación Rusa, rodeada ahora físicamente por países de la OTAN y otros adversarios. Insertar lo sucedido en los Balcanes con este hecho capital es útil y arroja luz sobre lo que significa realmente la alteración del viejo statu quo político en el Continente. Por lo demás, la reunión en Bruselas confirmó lo sabido: no hay, sencillamente porque no puede haberla, una política exterior de la UE, aparentemente condenada a ser un mero y espacio comercial, un mercado común. Y nada más.